Mons. Carlos Escribano La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica de la Santa Sede propone que la Memoria de los Santos y de los Mártires de la vida consagrada del siglo XX en España, se celebre en este mes de septiembre y, este en esta ocasión, con un significado especial por encontrarnos en el Año de la Vida Consagrada convocado por el Papa Francisco. Al contemplar a los mártires, es interesante siempre recordar la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la importancia de los mismos en la vida de la Iglesia: «Jesús, el Hijo de Dios, mostró su amor entregando su vida por nosotros. Por eso, nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus hermanos (cf. 1 Jn 3, 16 y Jn 15, 13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados y serán llamados siempre, a dar este supremo testimonio de amor delante de todos, especialmente, de los perseguidores. En el martirio el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte para la salvación del mundo, y se configura con Él derramando también su sangre. Por eso, la Iglesia estima siempre el martirio como un don eximio y como la suprema prueba de amor.» (Lumen Gentium n 42).
El lema elegido para esta Memoria de los mártires de la Vida consagrada en el Siglo XX en España es: Ver, recordar y contar la fidelidad a Cristo. En el fondo se pretende que esta memoria ayude a todo el pueblo de Dios y, en concreto, a nuestra comunidad diocesana a recordar, reconocer e imitar la generosa entrega de nuestros hermanos y hermanas. Y a acudir a ellos como solícitos intercesores. Así nos lo recuerda el Concilio: «La Iglesia siempre ha creído que los Apóstoles y los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor, están más íntimamente unidos a nosotros en Cristo. Por eso, los venera con especial afecto, junto con la bienaventurada Virgen María y los santos ángeles, e implora piadosamente la ayuda de su intercesión.» (Lumen Gentium 50).
En su Carta Apostólica con motivo del Año de la Vida Consagrada, el Papa marcaba como objetivos del mismo: el mirar al pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza. Sin duda esta Memoria se enmarca, especialmente, dentro de esa mirada agradecida al pasado por los consagrados que, en momentos convulsos y complicados, supieron entregar su vida por amor a Cristo. Aquella entrega heroica se sigue perpetuando hoy en muchos lugares del mundo en los que la persecución por ser discípulos de Cristo no cesa. Por eso, no me resisto a recordar a todos los religiosos beatificados de nuestra diócesis hace 2 años en Tarragona, junto con el laico Julián Aguilar de Berge. Ellos son: Serapio Sanz (Mercedario de Muniesa), Francisco Gargallo y Manuel Sancho (Mercedarios de Castellote), José Trallero (Mercedario de Oliete), Ricardo Gil (Hermano de la Divina Providencia de Manzanera), Manuel Mateo ( Hermano de La Salle de Aliga), Pedro Cano ( Hermano de La Salle de Villalba de los Morales), Alejandro Gil y Francisco Vicente(Hermanos de la Salle de Mosqueruela), Mariano Navarro (Hermano de la Salle de Tortajada), Pascual Escuin y Andrés Pradas (Hermanos de la Salle de la Hoz de la Vieja), Daniel Altabella (Marista de Aguaviva), José Mulet (Marista de Mazaleón), Amado García (Padre Paúl de Moscardón) y Tomás Pallares (Padre Paúl de La Iglesuela del Cid). Estos se unen, entre otros, al Beato Anselmo Polanco, nuestro querido obispo mártir.
En la Catedral de Teruel, celebraremos esta Memoria con una Eucaristía el próximo 27 de septiembre. Os animo a seguir dando gracias a Dios, especialmente en sus parroquias originarias, por estos hermanos nuestros, testigos de la fe. Acudamos a su intercesión y protección. ¡Bendito sea Dios en sus mártires!
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín