Mons. Juan José Omella Así llamamos los riojanos a nuestra Madre y Señora, a nuestra Patrona, la Virgen de Valvanera en su himno más conocido. Le pedimos que – como sol de esta región – brille en nuestra tierra y en nuestros corazones y, sobre todo, que nos mire, “madre amorosa”, con tierna predilección.
El domingo pasado terminaba yo este espacio suplicando a María, Madre de misericordia, que “vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos, de manera que nos sintamos alentados y protegidos en todo momento por su amor maternal”.
¡Qué hermosos son los ojos de la Virgen de Valvanera! Esa imagen que todos llevamos en el corazón, y que según la tradición fue hallada por el arrepentido Nuño en el valle de las Venas (de ahí viene Valvanera), allá por el año 520. Pero mucho antes, dice una antigua leyenda, la imagen habría sido tallada por el evangelista san Lucas y consagrada por el apóstol san Pedro, que la entregó a varios discípulos que la trajeron hasta aquí. No cabe duda de que se trata de una leyenda, pero de una leyenda hermosa y piadosa.
En 1988, y dentro de las actividades organizadas por la diócesis con ocasión del Año Mariano, fue preparada y publicada una excelente muestra iconográfica bajo el título “María en el misterio de Cristo y en la fe de nuestro pueblo a través del arte en La Rioja”. En el comentario correspondiente a la imagen de Nuestra Señora de Valvanera se dice que “se nos muestra en rigurosa frontalidad (la Virgen nos mira de frente) sobre una peana decorada con castillos y leones, y sentada en la silla curul de águilas, guarnecida con almohadones. Sirve de trono maternal al Niño, cuyo impetuoso movimiento refrena con la mano derecha, mientras que en la izquierda muestra hoy una manzana, signo de salvación, frente a la manzana de Eva, símbolo del pecado. El Niño porta un libro abierto y su mano derecha hace gesto de bendecir”.
Pero, volvamos a esos “ojos misericordiosos”: claros, grandes, llenos de ternura. Como lo son los de todas las Madres. ¡Cómo sería la mirada de la Virgen! Su Hijo Jesús vivió la experiencia irrepetible de los ojos de la Virgen. La misma experiencia que hemos vivido todos los hijos en los ojos de nuestra madre.
Las madres nunca miran con recelo, ni distraídamente, ni llevadas de la simple curiosidad. Penetran dentro del ser de sus hijos.
La mejor oración que podemos hacer en este día de la fiesta de Valvanera es dejarnos hundir en esos ojos que no se cansan de mirar. A la Virgen le cantamos y le decimos que “como madre no se cansa de esperar”.
Hoy, penetrados del mirar de esos ojos, le decimos que no se canse de mirar. Que su mirada nos lleve a la mirada de su Hijo divino. Ese Jesús Salvador que miraba a la multitud y la veía como un rebaño que no tiene pastor, y se le removían las entrañas de compasión por ella.
¿Cómo miramos a los que nos rodean? ¿A los nuestros, a los amigos, a los vecinos y compañeros? Dios nos invita mirarlos con toda bondad. Seguro que los miramos así, con toda bondad. ¿Y a los pobres y necesitados? ¿Y a los que nos miran mal o nos han hecho algún mal? Las madres miran a los hijos con el mismo cariño, sean estos irreprensibles o, por el contrario, cargados de defectos.
Termino con una frase que oí hace un tiempo, que me hizo pensar, dice así: “El hombre que consigue ver las cosas pequeñas, tiene la mirada limpia”. Que nuestra Madre la Virgen nos enseñe a valorar lo pequeño, lo de cada día, y así podamos recibir de su Hijo ese “¡Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu señor”, de la parábola de los talentos.
Con mi afecto y bendición,
+ Juan José Omella Omella
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño