Mons. Agustí Cortés Los sucesivos acontecimientos electorales impregnan el ambiente de preocupación por la política.
Ya nos está bien, pues olvidamos la importancia del ejercicio de la política en la vida real de los ciudadanos. Esto es debido, en parte, a la dejadez, la rutina y la irresponsabilidad. Desgraciadamente solo nos acordamos de la política cuando algo va mal y hemos de buscar responsables, o cuando salta a la opinión pública algún escándalo. La vida política se convierte demasiadas veces en mero “espectáculo”, explotado con ahínco por los medios de comunicación. Pero la política, con toda su seriedad y relevancia, afecta a todos y cada uno, y es, por ello, responsabilidad de todos.
Los cristianos, como tales, tenemos algo que decir, pues nuestra moral, aquella que se deriva del seguimiento de Jesucristo, incluye la vida social y política, de acuerdo con lo que denominamos “Doctrina Social de la Iglesia”. Esta misma doctrina, por cierto, considera el ejercicio de la política como uno de los servicios más dignos e importantes que un ciudadano puede prestar a la sociedad.
Muchas veces se ha puesto en relación la fe cristiana y la política. Se remonta a varias décadas atrás la discusión sobre si es legítimo “bautizar” una determinada política, si se puede hablar de “política cristiana”, si se presta a malentendidos el que algunos partidos políticos lleven el adjetivo de “cristiana” junto al sustantivo “democracia”; si es aceptable que otros se definan como cristianos a favor de una opción política concreta. También se da la opinión contraria, es decir, que en realidad cualquier política es aceptable para un cristiano con tal de que diga de sí misma que respeta los derechos humanos y los principios de la democracia…
Es el momento de recordar algunos principios elementales:
– Lo que llamamos “cristianismo” no es una ideología, y menos un partido político. Tampoco es un simple “sistema de valores”.
– Pero forma parte de la fe cristiana todo un conjunto de exigencias sociales que pertenecen al ámbito político y que se derivan de la idea, que Jesucristo nos ha transmitido, acerca de la persona humana, el mundo, la vida, la sociedad, etc.
– Ninguno de los proyectos políticos que proponen los partidos realiza totalmente estas exigencias, pero muchas propuestas pueden coincidir o aproximarse. Otras propuestas políticas pueden ser contrarias a exigencias de la fe cristiana.
– En todo caso, la fe cristiana, intervendrá en el proceso político desde sus propias convicciones: ante todo aportará fundamento o sentido a la dignidad humana, a los derechos de la persona y a la moral social; además apoyará lo que es compatible con sus principios morales y ejercerá una labor profética ante aquello que considere contrario a la dignidad humana.
Así pues, para un cristiano la acción política es un compromiso ineludible y apasionante y, al mismo tiempo, una tarea difícil. Pero la ha de asumir, pues está en juego, no solo la felicidad social de los otros, sino la misma fe y el compromiso de hacer del mundo una realidad más cercana al Reino de Dios.
La política, para un cristiano, es una forma excelente del amor concreto al hermano.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat