Mons. Joan E. Vives El Mensaje de la Santa Sede para el Día del turismo que celebraremos el próximo 27 de septiembre señala que el sector turístico, aprovechando las riquezas naturales y culturales, puede promover su conservación o, paradójicamente, su destrucción, e invita a hacer del viaje una experiencia existencial. En el año 2012 se superó la barrera simbólica de mil millones de llegadas turísticas internacionales. Y las previsiones estiman que en 2030 se llegará al nuevo objetivo de dos mil millones. Y se nos propone un lema, «Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades», ya que cada viaje, cada día de vacaciones, es una nueva oportunidad.
Hoy ha cambiado la manera de desplazarse y, en consecuencia, también la experiencia del viaje. Quien se traslada a un país o una zona diferente de su lugar habitual, lo hace con el deseo, consciente o inconsciente, de despertar la parte más recóndita de sí mismo, a través del encuentro, el compartir y el intercambio. Se ha debilitado el concepto clásico de »turista» y se ha fortalecido el de »viajero», es decir, aquel que no se limita a visitar un lugar, sino que, de alguna manera, se convierte en parte integrante del lugar. Ha nacido «el ciudadano del mundo«. Ya no quiere ver sino pertenecer, no curiosear sino vivir, ya no analizar sino unirse. El Papa Francisco nos invita a acercarnos a la naturaleza en su última encíclica «Laudato si’” con apertura al estupor y la maravilla, hablando el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo. Este es el acercamiento correcto a adoptar también ante los lugares y los pueblos que visitamos. Este es el millar de millones de oportunidades de que nos habla el lema.
El negocio turístico debe darse con y para las personas, invirtiendo en los individuos y en la sostenibilidad. Y debe abrir sus fronteras a la acogida de quien llega de otros lugares, movido por una sed de conocimiento. Es una oportunidad única para el enriquecimiento recíproco y el crecimiento común. Ofrecer hospitalidad permite hacer fructificar las potencialidades ambientales, sociales y culturales, crear nuevos puestos de trabajo, desarrollar la propia identidad y valorizar el territorio. La globalización del turismo también conduce al nacimiento de un sentido cívico individual y colectivo. Redescubrir la autenticidad del encuentro con el otro, y la economía del compartir, pueden tejer una red a través de la que aumenten una humanidad y una fraternidad capaces de generar un intercambio equitativo de bienes y servicios.
El turismo representa también una gran oportunidad para la misión evangelizadora de la Iglesia. Debe acompañar a los católicos con propuestas litúrgicas y formativas, y tiene que iluminar a quien, en la experiencia del viaje, abre su corazón y se interroga, realizando así un verdadero primer anuncio del Evangelio. Una Iglesia que salga y se haga cercana a los viajeros puede ofrecer una respuesta adecuada y personalizada en su búsqueda interior, haciendo posible así un encuentro más auténtico con Dios. Tarea de la Iglesia es también educar en la vivencia del tiempo libre. El Santo Padre nos recuerda que »la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer nada». El sector turístico también puede ser una oportunidad, es más, mil millones de oportunidades, para construir caminos de paz. El encuentro, el intercambio y el compartir favorecen la armonía, la concordia, la reconciliación y la paz.
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell