Este pasaje evangélico nos llama, sin duda, la atención por la maravilla que pudieron contemplar los apóstoles: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador como no puede dejarlos ningún batanero del mundo». El «Hijo del hombre», como Jesús se llama a si mismo, se manifiesta con toda fuerza y poder, y así es reconocido por «la Ley y los Profetas», expresión bíblica que personifican en Moisés y Elías.
Es bueno recordar en esta celebración del seis de agosto este hecho de la vida de Jesucristo que, según anota san Mateo, sucede seis días después de designar a Pedro como piedra fundante de la Iglesia. Es por lo que os traigo aquí estas palabras del sucesor en la silla de san Pedro, del papa Francisco: «El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal. Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador». (Laudato si’, 83)
Con mucha paciencia, y con mucha firmeza a la vez, hemos de convencernos de esta verdad y ser testigos de ella para nuestros contemporáneos. Todo es porque esta manera de ser que tenemos, por lo general, de que el individuo lo es todo y todo tiene que girar alrededor de nuestras individuales aspiraciones y de las metas que nos trazamos en la vida, no nos deja ver que vivimos con miles de millones de personas y que habitamos una casa, un planeta, en expresión vulgar: «no vemos más allá de nuestras narices».
El verano es una buena época, si nos dan un respiro estos calores en La Mancha, para que, calmada la rapidez de funcionamiento en el que estamos metidos habitualmente, nos paremos a pensar en esas preguntas que también nos plantea el Papa: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? […] Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo?, ¿para qué vinimos a esta vida?, ¿para qué trabajamos y luchamos?, ¿para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra».
Nuestra fe nos hace exclamar: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales». En Él tenemos nuestra plenitud.
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real