Mons. Jaume Pujol Juan Pablo I tuvo un pontificado de solo 33 días en el verano de 1978. Le dio tiempo para granjearse la simpatía de mucha gente, que apreció su sencillez y su sonrisa. No tuvo ocasión de escribir ninguna encíclica, pero sí de dejar unas reflexiones sobre las tres virtudes teologales.
Hablando de la caridad citó un recuerdo de sus años jóvenes, cuando el profesor de Filosofía les decía: «¿Conocéis el campanario de San Marcos? ¿Sí? Esto significa que ha entrado de algún modo en vuestra mente, aunque físicamente no se ha movido de su plaza de Venecia. Tenéis de él un retrato intelectual. En cambio ¿amáis al campanario? Si lo amáis, os empuja a ir ilusionados a verlo, a caminar con el alma hacia él.»
Pues bien, amar a Dios es viajar con el corazón hacia él, como hicieron los santos. Es un viaje misterioso como los de las novelas de Julio Verne. Es misterioso porque no lo emprendemos nosotros por una decisión que tomamos un día, sino que Dios se nos adelanta y toma la iniciativa para el encuentro. «Nadie puede venir a mí si el Padre no le trae», dijo Jesús (Jn 6,44). Dios nos «primerea» ha dicho el actual papa Francisco.
En el Deuteronomio está escrito: «Amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas (…) Llevarás muy dentro del corazón todos estos mandamientos. Incúlcaselos a tus hijos; cuanto estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes, cuando te levantes, habla siempre de ellos.»
Amando así a Dios amaremos también a los demás, porque veremos en ellos el rostro de Dios. Será lo que nos garantice un amor serio a todos, más allá de simpatías y antipatías, encuentros o discrepancias, sean las que sean su raza, su religión o su patria.
El viaje del amor a Dios tiene un camino con el recorrido marcado, como en las grandes rutas que atraviesan nuestros paisajes. Las piedras que nos indican la dirección las puso Cristo en el Evangelio: sigamos las huellas del padre amoroso que perdona a su hijo, las del pastor que va en busca de la oveja perdida, la de la viuda que es generosa en dar lo poco que tiene, la del publicano que pide con humildad… la de la Virgen que entrega su voluntad a Dios diciendo «he aquí la esclava del Señor.»
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primado