Ciertamente, hemos de sentir muy fuertemente esta llamada que el Papa nos hace a los varones y mujeres de fe. Primero, ser coherentes con nuestra fe y, segundo, no contradecirla con nuestras acciones y comportamientos. Y, ¿cómo se hace eso? Que volvamos a abrirnos «a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de nuestras propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz».
El Papa no tiene inconveniente alguno a reconocer hechos del pasado: «Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las necesidades actuales».
Ahora bien, si creemos en el «Creador del Cielo y de la Tierra» y nos sabemos administradores de la creación, que en el fondo es el gran argumento del Papa para tomar conciencia de «lo que le está pasando a nuestra casa» para ponernos en danza a todos y actuar decididamente en nuevos estilos de vida que hagan sostenible la íntegra ecología de la creación.
Sigue su llamada para abrirnos a todos en un diálogo que nos lleve a encontrar soluciones y futuro: «La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea» (LS 201).
Este debe ser nuestro martirio hoy: promover diálogo y conjunción de fuerzas ante la gravedad de lo que estamos viviendo cerca y lejos, que todo afecta a todos.
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real