Mons. César Franco Se habla mucho de la misericordia de Cristo. De su entrañable compasión por los enfermos, pecadores y necesitados. El Jesús taumaturgo, sanando a ciegos, leprosos, paralíticos, es una estampa que atrae sin necesidad de comentarios. Para hablar de la compasión de Cristo, el Nuevo Testamento utiliza un verbo que significa «conmoverse las entrañas». Es el que aparece en el relato del buen samaritano cuando vio al herido en el camino y, movido a compasión, le sanó sus heridas. También al padre del hijo pródigo se le «conmovieron las entrañas» cuando vio a lo lejos la figura de su hijo que retornaba a casa. Dios tiene entrañas de compasión y podemos decir que se ha desentrañado cuando nos ha enviado a su Hijo para compadecerse de los hombres.
En el evangelio de hoy, se dice de Cristo que, al ver la multitud que le buscaba, «se le conmovieron las entrañas porque andaban como ovejas sin pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34). Aquí no son los enfermos, poseídos o necesitados quienes conmueven las entrañas de Cristo, sino los sedientos de verdad, los ignorantes que van de un sitio a otro como ovejas sin pastor. El hombre que desconoce la verdad sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre Dios es un pobre descarriado. Por eso, Jesús, que se había retirado con sus apóstoles a un sitio tranquilo para descansar, viendo que la gente le busca, abandona su descanso y comienza a enseñarles muchas cosas. Y cuando, al final de su vida, confía a los apóstoles su propia misión, les dice: «Haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).
La compasión de Cristo no se restringe a lo que suele llamarse obras de misericordia corporales. Cristo se ha definido a sí mismo como la Verdad, y su misión principal es comunicar todo lo que ha visto y oído de su Padre. Dice que nos llama amigos, y no siervos, porque nos ha dado a conocer todo lo que ha oído de su Padre (cf. Jn 15,15). Y nos ha enviado el Espíritu Santo para que nos lleve a la verdad completa, porque sólo la verdad nos hace libres. Por eso decía Benedicto XVI que «la caridad es, ante todo, comunicación de la verdad».
En uno de los pasajes más conmovedores del evangelio, fuente de muy bellos comentarios, Jesús, mirando a las gentes sencillas que le rodeaban, les dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré» (Mt 11,28). ¿Quiénes son estos cansados y agobiados?, se preguntan los comentaristas. Jesús se refiere, con toda probabilidad, a los que, por desconocer la Ley, sufrían los ataques de los fariseos, que los consideraban ignorantes e incultos y, por tanto, incapaces de salvarse, según la mentalidad de los «sabios». A ellos se dirige Jesús y les invita a descansar en él, manso y humilde de corazón, porque su yugo es suave y su carga ligera (cf. Mt 11,29-30).
El Papa Francisco ha convocado un año jubilar dedicado a la Misericordia y ha pedido a la Iglesia que se expliquen y enseñen las obras de misericordia corporales y espirituales. Las primeras palabras de la bula de convocatoria dicen así: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre». Quien mira a Cristo aprende a ser misericordioso. En sus gestos y actitudes pone al descubierto sus propias entrañas, que se conmueven ante toda necesidad humana del cuerpo y del espíritu. A veces, los hombres nos conmovemos por las necesidades corporales, porque las vemos y nos impactan sensiblemente. Pero quedamos indiferentes ante las necesidades del espíritu. Nos falta en definitiva la compasión de Jesús, que, como Buen Pastor, mira también el espíritu del hombre sediento de verdad y la necesidad que tiene se salvarse. Entonces se conmueve en su interior, abandona su descanso y comienza a enseñar la verdad de su Reino.
+ César Franco
Obispo de Segovia