Mons. Agustí Cortés Estamos convencidos del mensaje de san Pablo: cuando somos débiles, entonces somos fuertes, con la fortaleza del Espíritu de Cristo. Una paradoja difícil de explicar y contradictoria con la lógica del poder, cuando Cristo sabemos que acabó fracasado en la Cruz.
Nuestra convicción se extiende a todos los ámbitos de la vida cristiana. Pero, cuando aplicamos este criterio de la fuerza de los débiles al trabajo evangelizador, el resultado parece todavía más paradójico, hasta el punto de vernos tentados de introducir una cierta excepción: De acuerdo con que, en cristiano, los débiles son fuertes; pero ¿cómo vamos a evangelizar si no tenemos medios de penetración en el mundo, si no utilizamos los cauces que el mundo tiene para comunicarse, cambiar la realidad, influir en la cultura? Necesitamos instituciones, formación, instrumentos, agentes… Medios de comunicación, como emisoras, revistas, periódicos, redes de Internet, o instituciones educativas, como colegios, universidades, fundaciones, asociaciones, etc., son vistos como necesarios y, sin embargo, digámoslo claramente y sin rubor, son instrumentos de poder.
En este contexto escuchamos las palabras de Jesús:
“Les ordenó que, aparte de un bastón, no llevaran nada para el camino: ni pan ni provisiones ni dinero. Podían calzar sandalias, pero no llevar ropa de repuesto” (Mc 6,8).
Entonces la pobreza y la debilidad, la ausencia de poder, que ha de vivir todo discípulo de Cristo, no solo no se le dispensa al evangelizador, sino que en su caso aparece de una forma todavía más explícita. ¿Cómo entender esto?
Decíamos que el poder en sí no es malo; que todo dependía de su origen, del modo como es ejercido y de su finalidad. Esto también sirve para “el poder que necesita el evangelizador”. Éste ha de tener “capacidad” evangelizadora, preparación, habilidad para la comunicación, conocimientos, organización… El problema es que el poder constituye también una tentación: se pega y se instala con sorprendente facilidad en el corazón de aquel que lo ostenta. Es parecido a la riqueza. Lo que solo está al servicio, puede convertirse en “señor” que manda y exige.
Cuando Jesús ordena la pobreza del evangelizador está pensando en dejar bien claro que el único poder, la única riqueza, que el evangelizador debe poseer es el poder de la Palabra, el poder del Evangelio, su único tesoro. La misión que se le ha encomendado es su única seguridad, su único apoyo. Todo lo demás ha de servir al propósito de transmitir el Evangelio. Lo que no sirva o perjudique por ser contrario, debe ser desechado. La exigencia de pobreza en el evangelizador se basa en muy diversas razones:
– ¿Cómo se va a transmitir el evangelio a los pobres revestidos de abundante poder y riqueza?
– ¿Cómo logrará el evangelizador ser libre en sus gestos y sus palabras si está atado a las condiciones del poder?
– ¿Cómo conseguirá que la respuesta de quien le escucha se dirija a Dios, y solo a Él, si lo único que brilla en su tarea evangelizadora es su sabiduría, su habilidad, su categoría personal?
Bendito el evangelizador pobre que transparenta el resplandor del Evangelio.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat