Mons. Luis Quinteiro La cultura de un país posee muchos registros y puede ser valorada según parámetros diversos. Uno que me parece de máxima relevancia es el trato que el Estado y los ciudadanos le prestan al Medio Ambiente.
Algo que define muy esencialmente a las personas es el ambiente que generan en torno suyo. El entorno en el que crecemos forma parte, en cierto sentido, de nosotros mismos. Y sólo somos capaces de transmitir nuestros valores después de establecer un medio ambiente que los haga creíbles y apetecibles.
Por muchas e importantes que sean las razones que cada uno pueda invocar en favor de su independencia del medio en que vive, mayores serán las deudas que con él tiene contraídas. Algo muy especial sucede con el tratamiento que cada pueblo da al medio en que vive. Ya que es el entorno ambiental el que termina siendo el reflejo exacto de lo que cada pueblo es en su esencia.
Lo que somos cada uno no es solamente el resultado de un esfuerzo personal ejercido en un tiempo y en un espacio concretos. Detrás de cada uno de nosotros están las energías de muchas generaciones.
Lo mismo sucede con el entorno físico que nos rodea. Cada pueblo ha ido generando a lo largo de su historia relaciones interpersonales que fueron configurando su modo de ser colectivo. Y ese modo de ser de cada pueblo se manifiesta de manera privilegiada y singular en el medio ambiente. El modo de configurar el paisaje de cada pueblo es el reflejo más certero de su alma profunda.
El medio físico en el que nacemos forma parte esencial de nuestros códigos de comunicación con la realidad. Las estructuras simbólicas que hacen posible la comunicación interpersonal y el medio físico en el que se estructuran forman una unidad que trasciende la verificación empírica. Por ello, la educación de las nuevas generaciones no será posible sin una atención prioritaria al medio físico en el que crecen.
Toda agresión al medio ambiente, cualquier desconsideración hacia el medio que heredamos, una deficiente valoración de lo que nos rodea generan heridas profundas en el alma de las personas y de los pueblos.
Es erróneo pensar que la intensa estima de lo propio nos separa irremediablemente de los demás y nos aísla. Muy al contrario, sólo quien valora lo suyo se capacita para una serena valoración de lo que no le pertenece por inmediatez.
El trato y el aprecio que cada Estado dispensa al Medio Ambiente determinan en definitiva la viabilidad y la consistencia de los valores que educan a los ciudadanos y provocan admiración hacia su historia.
+ Luis Quinteiro Fiuza
Obispo de Tui-Vigo