Mons. Eusebio Hernández Queridos hermanos y amigos: Mañana celebraremos la solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles. Fiesta que siempre los católicos hemos querido conmemorar con especial solemnidad, aunque desde hace ya años fue suprimida del calendario laboral de España como día festivo. La cercanía de esta solemnidad me da la oportunidad este domingo de reflexionar con vosotros sobre lo que celebramos mañana.
En la solemnidad de los dos Apóstoles queremos hacer nuestra la frase que tantas veces los católicos hemos repetido y hemos hecho nuestra: Cum Petro et sub Petro, es decir, con Pedro y bajo Pedro; el Papa es garantía para todos y custodia de la fe.
Los Santos Pedro y Pablo, elegidos por el Señor como columnas de la Iglesia, son dos personas muy diferentes y con historias muy distintas. Sus caminos de encuentro con el Señor son también distintos; Pedro conoció al Señor personalmente, lo acompañó durante tres años, conoció su amor y su perdón después de la traición; la de Pablo fue muy distinta: de perseguidor de los cristianos se convirtió en acérrimo defensor y apóstol de Jesús. Dos apostolados que empiezan siendo muy diferentes, pero que cada vez se van pareciendo más, hasta quedar unidos en el martirio en Roma, bajo Nerón.
Tanto San Pedro como San Pablo, apóstoles, han compartido la misma misión por caminos distintos, pero han demostrado su grandeza en el sufrimiento. Una vez dado el sí a Jesucristo, no se echaron atrás. Entregaron la vida por la comunidad (por el Cuerpo de Cristo, por Cristo).
Al celebrar en esta fiesta a los dos Apóstoles, es natural, que hoy tengamos presente al Papa, y recemos por él, e intentemos ayudarle en su preocupación y acción caritativa a favor de los pobres con nuestro donativo económico, con lo que se llama el óbolo de San Pedro. Siempre los católicos hemos tenido este tierno afecto a todos aquellos que han sido elegidos como pastores universales y han ocupado la sede de Pedro en Roma.
Hoy el papa Francisco es el sucesor de Pedro, todos hemos tenido la oportunidad de verlo ya sea personalmente o por los medios de comunicación; su ministerio es una gracia que el Señor concede en estos tiempos a su Iglesia. Su testimonio público de la fe nos hace presente tantas veces la misericordia de Dios y su amor hacia los hombres.
Lo hemos visto acercarse a todos, recorrer las calles y plazas de tantos lugares, dejando de lado su fatiga y totalmente entregado a confirmar en nosotros la verdadera fe que salva y a reavivar nuestro compromiso cristiano.
Especialmente ha llegado su testimonio acercándose a aquellos que sufren, su “salida” hacia lo que él mismo llama las “periferias”, es decir aquellos sumidos en la enfermedad, en el dolor, la injusticia o la pobreza. Es la Iglesia en salida y al encuentro de todos. Es una imagen que se ha impreso para siempre en el alma de la Iglesia y debe permanece en nuestra memoria para garantizar y consolidar nuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
Esta solemnidad es una cordial invitación para renovar nuestra adhesión incondicional al vicario de Cristo sobre la tierra, el papa Francisco. Nuestro amor por el Santo Padre debe ser un amor práctico y realista. Un amor que se traduzca en obras y que se puede manifestar en la lectura asidua de su magisterio y en la conformación de nuestra mente y de nuestra vida con sus directrices. Se trata de seguir no sólo sus órdenes, sino de escuchar y llevar adelante también sus deseos.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona