Mons. Agustí Cortés Uno de los primeros efectos de la Resurrección de Jesús fue que su Iglesia comenzara a realizar prodigios. Como Jesucristo resucitó para estar vivo y presente a lo largo de la historia, hoy sigue produciendo los mismos efectos. Por tanto hemos de hablar de los “prodigios de la Iglesia hoy”.
Aunque esto suene mal en determinados oídos, nosotros no tenemos reparo en usar este lenguaje. Jesús resucitó, y somos la misma Iglesia que comenzó a caminar hace más de dos mil años: tendremos que admitir que Jesucristo sigue actuando hoy en su Iglesia. Más todavía: esto que afirmamos por deducción lógica a partir de nuestra fe, viene también acreditado por la experiencia.
Pedro y Juan fueron al Templo para orar. Encontraron en la puerta un cojo que les pedía limosna.
“Cuando el cojo vio a Pedro y a Juan, que estaban a punto de entrar en el templo, les pidió una limosna. Ellos le vieron, y Pedro le dijo: –Míranos. El hombre puso atención, creyendo que iban a darle algo, pero Pedro le dijo: –No tengo plata ni oro, pero lo que tengo eso te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Dicho esto, Pedro lo tomó de la mano derecha y lo levantó, y al punto cobraron fuerza sus pies y sus tobillos. El cojo se puso en pie de un salto y comenzó a andar; luego entró con ellos en el templo, por su propio pie, saltando y alabando a Dios” (Hch 3,3-8)
Lo hizo Pedro, pero Pedro era la Iglesia. Y el mendigo y los apóstoles cruzan las miradas: aquél con ansia y sufrimiento, éstos con cariño y compasión. Pedro declara su pobreza y su precariedad para poder ayudar como haría cualquier otro. Pero sí tenía un inmenso tesoro, el nombre de Jesucristo. Y es en nombre de Jesucristo (que Pedro declaró ante las autoridades como el único por el que podemos ser salvados: cf. Hch 4,12) que toma la mano al tullido. Éste se levanta y entra con los Apóstoles por su propio pie en el Templo: allí salta de alegría y alaba a Dios.
He aquí un modelo de “prodigio” de la Iglesia resucitada.
¿Está muy lejos de nuestra Iglesia de hoy? No tiene por qué estar lejos de nuestra Iglesia. Son muchos los prodigios que el Resucitado obra en la Iglesia hoy. Pensamos, sobre todo, en los prodigios de la Palabra del Resucitado y en los sacramentos, como la Eucaristía. Pero también en los prodigios del amor concreto, sea el que se vive en la relación personal cotidiana entre los propios cristianos, al interior de las familias, de las comunidades o los grupos, sea del amor más visible, como son las incontables obras sociales a favor de los necesitados. Tenemos presentes las obras de los Institutos de Vida Consagrada, de las instituciones como Cáritas, fundaciones e incitativas de todo tipo nacidas en el seno de Iglesia… No se trata de ponerse ninguna medalla. Pero una cosa es la humildad y otra no reconocer las maravillas que Dios hace entre nosotros. En ningún momento la Iglesia primitiva ignoró u ocultó las obras de Cristo resucitado en ella. Al contrario, las reconocía y las proclamaba y ello le sostenía en la esperanza, porque no se gloriaba en ella misma, sino en el Señor.
¿Qué nos ocurre? ¿No somos tan conscientes de la presencia operante de Cristo entre nosotros? ¿O es que actuamos desde nosotros mismos, sin referencia a Él? ¿Todavía creemos que lo que hacemos, lo hacemos nosotros? ¿Es que no seríamos capaces de reproducir los gestos y palabras de Pedro ante el necesitado, enfermo y marginado: mirarle a los ojos, reconocer la propia limitación, ofrecerle nuestra ayuda con lo único que tenemos, el nombre de Jesucristo… hasta entrar con él en el templo saltando de alegría y alabando a Dios?
Parece que no crece nuestra autoestima si no notamos “que hacemos cosas” y que la gente, la opinión pública, lo reconoce y nos alaba por ello. Pero el Señor Resucitado está mucho más cerca de nosotros, por Él existimos y a Él solo damos la gloria.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat