Mons. Joan E. Vives Al evocar agradecidamente la Vigilia Pascual en estos escritos de los domingos del tiempo pascual, para aprender a vivir la fe y celebrarla adecuadamente, hoy nos centramos en la lectura larga, meditativa de la Palabra de Dios, que es también uno de los elementos centrales de la Vigilia y de toda celebración cristiana. Nosotros proclamamos una Palabra «viva y eficaz… penetrante» (Hb 4,12) que nos hace entrar sacramentalmente en la historia de la salvación de la humanidad. Y es que Dios ha intervenido en la historia para salvarla y la Biblia contiene el relato de este Amor hecho vida del pueblo de Israel, que, encarnado en Jesús, el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne por obra del Espíritu Santo, ha sido enviada «para redimirnos».
La noche de la Vigilia Pascual es la victoria manifiesta de la Palabra de Dios. Esta noche santa podemos disfrutar de 7 lecturas del Antiguo Testamento -de los libros del Génesis (2), el Éxodo, los profetas Isaías (2), Baruc y Ezequiel–, y 2 lecturas del Nuevo –el Apóstol San Pablo y el Evangelio sinóptico de la Resurrección. En total 9 largas lecturas, que son proclamadas, acogidas «reposadamente», con fervor y silencio meditativo. Luego, después de cada una de las lecturas, el Salmista-cantor nos ofrece la belleza del salmo responsorial con nuestra respuesta comunitaria cantada, y el Presidente de la Vigilia dirige una oración, recogiendo las oraciones y súplicas de toda la asamblea reunida. Es la única ocasión en que el Misal ordena una monición para que el pueblo se disponga adecuadamente a la escucha y saboree la Palabra de Dios. Al entrar en el Nuevo Testamento, cantamos el himno antiquísimo del Gloria y se ilumina el altar al máximo, haciendo sonar alegremente las campanas para anunciar a todo el mundo la alegría de la Resurrección del Señor. Y antes del Evangelio cantamos el Aleluya de forma solemne (tres veces), para saborearla aún más, después del largo silencio cuaresmal.
Como decía el Papa Benedicto XVI «la Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella. A lo largo de toda su historia, el Pueblo de Dios ha encontrado siempre en ella su fuerza, y la comunidad eclesial crece también hoy en la escucha, en la celebración y en el estudio de la Palabra de Dios» (Verbum Domini 3). ¡Qué importante y exigente es esta proclamación abundante de la Palabra de Dios en la Vigilia Pascual y luego en las misas de los domingos! No la podemos desatender, por más que nos pida un esfuerzo de atención y de acogida. ¡Por eso velamos esta noche! Porque la fe viene de escuchar la Palabra de Dios y hacerle caso. Jesús proclamó «bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28). El Papa Francisco lo ha comentado diciendo: «Estas son las dos condiciones para seguir a Jesús: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Esta es la vida cristiana, nada más. ¡Sencillo, Sencillo! Quizá nosotros lo hemos hecho un poco más difícil, con tantas explicaciones que nadie entiende, pero la vida cristiana es así: escuchar la Palabra de Dios y practicarla. Y para escuchar la Palabra de Dios, basta con abrir la Biblia, el Evangelio. Estas páginas, no deben ser leídas, sino escuchadas. Escuchar la Palabra de Dios es leer lo que dice: «¿Qué le dice esto a mi corazón? ¿Qué me está diciendo con esta palabra?» Y nuestra vida cambia.» Deberíamos acostumbrarnos a leerla, meditarla y hacerla oración cada uno, para que luego, en la asamblea, podamos escucharla, entenderla y acogerla aún mejor. Porque sabemos que cuando la Palabra es proclamada en la asamblea litúrgica, realmente es Dios quien habla. ¡Que la Pascua signifique amar aún más la Palabra de Dios!
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell