Mons. Braulio Rodríguez ¿Qué sucede en el Bautismo? ¿Qué esperamos del Bautismo? Les preguntamos a padres que traen a bautizar a sus niños bebés: ¿Qué pedís a la Iglesia de Dios? Y ellos responden: la fe o la vida eterna; también se pregunta al catecúmenos adulto lo mismo: él pide la fe, y ésta otorga la vida eterna. Sí, esta es la finalidad del Bautismo. Pero, ¿cómo pueda dar el Bautismo la vida eterna? Y, ¿qué es la vida eterna? Se podría decir, con palabras más sencillas: esperamos para estos niños o adultos una vida buena, la verdadera vida; la felicidad también en un futuro aún desconocido. Y como esto no lo podemos asegurar, nos dirigimos al Señor para obtener de Él este don.
¿Cómo sucedió y sucederá esto? Podemos dar dos respuestas. La primera es: en el Bautismo, el niño, el adolescente o el adulto es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva la promesa de eternidad. Es la Iglesia, que acompañará siempre al bautizado, incluso en días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida, pues le brindará consuelo, fortaleza y luz. Esta compañía, esta familia de la Iglesia, en la comunidad parroquial o en otra comunidad cristiana, le dará palabras de vida, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar.
Le dará al bautizado también amistad, le dará vida. Y esta compañía, siempre fiable, no desaparecerá nunca. Ninguno de nosotros sabe que sucederá en España, en Europa, en el mundo, en los próximos 50, 60 ó 70 años. Pero de una cosa estamos seguros. La familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos, tendrán siempre la amistad segura de Aquel que es la vida. ¡Cuánto me gustaría que viviéramos así nuestro Bautismo en esta Pascua! Siento que es una gracia de la que tantos bautizados no gozan.
Así llegamos a la segunda respuesta. Esta familia de Dios, esta compañía de amigos es eterna, porque es comunión y amistad con Aquel que ha vencido a la muerte, que tiene en sus manos las llaves de la vida. Estar en esta compañía, en la familia de Dios, significa estar en comunión con Cristo, que es vida y da amor eterno más allá de la muerte. Podemos, pues, decir que esta compañía con Aquel que vida realmente, con Aquel que es el Sacramento de la vida, responderá a las expectativas y esperanzas de los que son bautizados, iluminados con la vida del Resucitado. Sí, si el Bautismo es algo es porque inserta en la comunión Cristo que da la vida. El Bautismo da la vida.
Pero este don de Cristo en el Bautismo debe ser acogido, debe ser vivido. Un don de amistad implica un “sí” al amigo e implica un “no” a lo que no es compatible con esta amistad, a lo que es incompatible con la vida de la familia de Dios, con la vida verdadera en Cristo. Por eso se pronuncias tres “no” y tres “sí”; por eso hay renuncias en el Bautismo; lo contrario sería absurdo. ¿A qué decimos “no” en el Bautismo? En la Antigüedad se renunciaba a la “pompa diaboli”, es decir, a la apariencia de vida que parecía venir del mundo pagano, de sus libertades, de su modo de vivir sólo según lo que agradaba, a la “anticultura de la muerte”, la perversión de la alegría.
¿A qué hemos renunciado nosotros en nuestro Bautismo? “Éramos muy pequeños”, responden algunos. Pues también en nuestro tiempo es preciso decir “no” a la cultura de la muerte, ampliamente dominante. Esa “anticultura” que se manifiesta, por ejemplo, en la droga, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia la felicidad falsa que se expresa en la mentira, en el fraude, en la injusticia, en el desprecio del otro, en la falta de solidaridad y responsabilidad respecto a los pobres y los que sufren, que se expresa igualmente en una sexualidad que se convierte en pura diversión sin responsabilidad, que se transforma en “cosificación” –por así decirlo- del hombre y la mujer, a los que ya no se considera persona, digno de un amor personal que exige fidelidad, sino que se convierte en mercancía, en un mero objeto.
A todo esto renunciamos cuando, en la noche pascual, renovamos nuestro Bautismo. Es nuestro “sí” a Cristo, al vencedor de la muerte; el “sí” a la vida en el tiempo y en la eternidad.
X Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España