Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
Hay determinados personajes bíblicos con los que empatizamos fácilmente porque nos vemos bastante reflejados en sus actitudes. Nos resulta simpático y cercano San Pedro porque, como nosotros, queriendo seguir de cerca al Señor, su debilidad le traiciona y le niega aunque, cuando se da cuenta de su negación, le va seguir hasta entregar su viuda por Él. Empatizamos fácilmente con el personaje que el Evangelio de este Domingo de la Divina Misericordia nos ofrece: el apóstol Tomás.
Tomás no está cuando Jesús se aparece a los apóstoles reunidos; al volver, los demás le comunican que han visto al Maestro pero él les dice: «si no veo en sus manos la señal de sus clavos, si no meto mi dedo en el agujeros de sus clavos y mi mano en el costado, no creo». Cuando se deja encontrar por Jesús se rinde a la fe y exclama «¡Señor mío y Dios mío!»; reconoce a Cristo como su único Señor y su único Dios al que va a entregar toda la vida.
¡Cuántas veces no hemos pensado que nuestra vida de fe sería mucho más auténtica si viéramos a Cristo! Pero nuestra fe no se transforma en la autenticidad de la suya cuando nos encontramos con Él: Jesucristo sale a nuestro encuentro a través de personas, de acontecimientos y podemos reconocerle pero no acabamos de confesarle en nuestra vida como nuestro único Dios, nuestro único Señor; seguimos llenos de dudas, seguimos sin entregarnos sólo a Él y queremos compaginar nuestra fe con seguir los criterios del mundo en el que vivimos.
Santo Tomás nos representa a todos cuantos queremos tocar, palpar, comprobar, entender y comprender todo lo que se refiere a lo sagrado. Pero tal vez nosotros nos quedamos en esa actitud y no damos los pasos que pide el encuentro con Él en nuestra vida. Por eso, Tomás nos ofrece tres mensajes luminosos que debemos seguir en nuestra vida de fe:
1. El deseo de experimentar por sí mismo al Cristo resucitado, sin contentarse con el testimonio de los demás. Debemos tener el deseo ardiente de encontrarnos personalmente con Cristo resucitado, conscientes de que eso cambiará nuestra vida. Hoy el problema de muchos de los hombres y mujeres es que no tienen ningún deseo de encontrarse con Jesús, pasan de ello, no lo valoran, son indiferentes. Nosotros, como dice el Papa, no podemos ser indiferentes a Dios porque Él no es indiferente a nosotros.
2. Tomás nos muestra la confesión de amor que nace de su corazón: «¡Señor mío y Dios mío!». El reconocimiento de Dios como el único Señor de nuestra vida, que la rige y dirige totalmente, nos obliga a no poner la confianza en otros falsos diosecillos a los que tantas veces rendimos culto.
3. Tomás noes muestra la alegría de permanecer en el grupo, en la Iglesia: es en el grupo de los seguidores de Cristo donde realmente se encuentra con el Cristo glorioso y resucitado. Cuando las cosas se nos ponen difíciles, debemos permanecer fieles a lo que hacíamos cuando teníamos luz, es decir, permanecer viviendo desde los criterios y el mensaje de Jesús aunque nuestra fe esté pasando por un momento de oscuridad.
Digámosle hoy al Señor con el corazón: «¡Señor mío y Dios mío!». Reconozcámosle como nuestro único Dios y Señor al que servir cada día con más ganas y más autenticidad.
¡Feliz Domingo de la Divina Misericordia para todos!
Vuestro Obispo,
+ Gerardo Melgar
Obispo de Osma-Soria