Mons. Ángel Pérez Pueyo La semana pasada os propuse dos claves para alcanzar la Pascua: la actualidad que tienen estos misterios y la necesidad de tomar conciencia del paso de la cruz a la gloria. Hoy, empapados ya por la alegría de la resurrección, que celebrábamos anoche, os ofrezco otras dos claves para vivir este tiempo de Pascua que inauguramos.
3ªclave:
Cristo resucitado está presente. Cada gesto, cada palabra, cada ceremonia de la liturgia quiere acercarnos a Cristo. La Asamblea de los fieles convocada por Él, la Palabra de Dios que escuchamos, el Altar, el Sacerdote que preside la Asamblea, lo hacen presente con toda verdad.
En los hombres y mujeres marcados por la fragilidad, la pobreza, el vacío y desamparo, incluso manchados por el pecado, también se hace visible el rostro de Cristo crucificado. En ese rostro nosotros encontramos consuelo, al ver que, en Cristo, Dios sufre con nosotros y como nosotros. Al mirar al crucificado nos sentimos identificados con todos los que a lo largo de la historia, han sufrido y siguen sufriendo. Y experimentamos ese abismo de la misericordia eterna.
El ser humano sigue preguntándose por algo que sobrepasa todo cuanto puedan ofrecer la política y la economía. Y la respuesta está en Jesucristo, en el hombre por el cual nuestro dolor descansa en el corazón de Dios, en su amor eterno. El hombre tiene sed de este amor sin el cual no es más que un experimento absurdo, por más transformaciones del mundo que lleve a cabo. Hoy más que nunca precisamos del consuelo de Aquel en cuya espalda están marcados nuestros rostros rotos, desfigurados, abatidos… Él es el verdadero consuelo, lejos de toda palabrería. Dios quiera que nuestros ojos y nuestro corazón se abran a este consuelo; que seamos capaces de vivir en él y sacar fuerzas de él para seguir viviendo; que, del viernes santo de la historia, renazcamos al Misterio Pascual de Cristo y en él seamos salvados.
4ª clave: Ponerme en su lugar.
Siguiendo la práctica de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, de recrear la situación “como si presente me hallase” y ponerme en el lugar de los sujetos del relato que se medita, os invito a revivir aquel momento terrible en que Jesús exclamó: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?», y colocarnos en su lugar. Este lamento no podemos templarlo con palabras, pues nos veríamos abocados al mismo fracaso que los amigos de Job. El único camino es resistirlo y sufrirlo con Aquél y en Aquél que ha sufrido por todos nosotros. Jesús no constata la ausencia de Dios, sino que la transforma en oración. Si queremos integrar en el Viernes Santo de Jesús el viernes santo del siglo XXI, tenemos que integrar nuestros gritos angustiados en el de Jesús y convertirlo en oración al Dios que, a pesar de todo, sigue estando cerca y nos salva.
No es por casualidad que nuestra fe en Dios provenga de un rostro lleno de sangre y heridas, de un crucificado. Tampoco que el ateísmo, en un mundo de espectadores saciados e indiferentes, tenga por padre a Epicuro, para quien la meta de la vida es procurar el placer y evadir el dolor, aunque esto sea pura ficción.
Con mi afecto y bendición.
+Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón