Empecemos en nuestra reflexión por lo poco que sabemos de “lo que está pasando”. El Papa describe la ciudad actual de esta manera: «aunque hay ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar, son muchísimos los “no ciudadanos”, los “ciudadanos a medias” o los “sobrantes urbanos”. La ciudad produce una suerte de permanente ambivalencia, porque, al mismo tiempo que ofrece a sus ciudadanos infinitas posibilidades, también aparecen numerosas dificultades para el pleno desarrollo de la vida de muchos. Esta contradicción provoca sufrimientos lacerantes. En muchos lugares del mundo, las ciudades son escenarios de protestas masivas donde miles de habitantes reclaman libertad, participación, justicia y diversas reivindicaciones que, si no son adecuadamente interpretadas, no podrán acallarse por la fuerza. No podemos ignorar que en las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la desconfianza mutua. Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar». (Evangelii gaudium, 74 – 75).
El Domingo de Ramos Jesús entra en la ciudad de Jerusalén, ha llorado ante el panorama que se presenta, y se decide a entrar para morir en la Cruz. Su entrada la festejan los suyos, que presienten la liberación de los poderes fácticos que ya amenazan con callar a los seguidores entusiastas, y no les tiembla el pulso para sostener el clima de fiesta y de paz ante este perturbador de la convivencia social asentada por la fuerza. Romanos y Sanedrín son símbolo también “de lo que está pasando”.
Sí, el Domingo de Ramos celebramos en la Iglesia la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y lo hacemos así sabiendo que va a morir en la cruz y que resucitará al tercer día. El pueblo llano presiente triunfo y se suma al entusiasmo de unos discípulos temerosos de lo peor, pero que, al menos en la intención, quieren acompañar a Jesús pase lo que pase. También los cristianos hoy hemos de partir de este convencimiento: Meternos en “la ciudad” pase lo que pase, acompañando al Señor de la Historia que nos llama a seguirle en la entrega de la vida. ¡Entremos con Cristo en la ciudad!
Recojo de la sabiduría del papa Francisco sus siempre inquietantes palabras: «La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn 10,10). El sentido unitario y completo de la vida humana que propone el Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos, aunque debamos advertir que un programa y un estilo uniforme e inflexible de evangelización no son aptos para esta realidad. Pero vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, mejora al cristiano y fecunda la ciudad». (EG 75).
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real