Mons. Salvador Giménez Últimamente he leído muchos artículos sobre la enseñanza de la religión católica en las escuelas de nuestro país. Casi todos en negativo. Como si quienes estamos de acuerdo nos hubiéramos encerrado en el silencio para evitar provocaciones o para no sumar nuevos rechazos.
Como hago todos los años os pido a todos los padres y alumnos católicos que os inscribáis en la asignatura de Religión por convicción, por coherencia y por exigencia de la misma educación integral. Nunca insistiremos bastante en la importancia que esta materia tiene para la comprensión del mundo, para el conocimiento de nuestra historia y nuestra cultura y para mantener una visión crítica de las realidades humanas y sociales aportando nuestra particular contribución al servicio de la fraternidad, de la igualdad, del respeto, la libertad y la paz.
También me atrevo a pedir lo mismo a todos aquellos que desean mantener una completa formación para afrontar mejor su vida y el futuro de su servicio a la sociedad a la que quieren perfeccionar. El motivo de los mencionados artículos (en negativo) es la publicación en el BOE del currículum de la asignatura que ha confeccionado el grupo de expertos y ha aprobado la Conferencia Episcopal. Hay una primera sorpresa tras la lectura de los mismos: la repetición de idénticos argumentos desde hace varios años independientemente de las nuevas aportaciones técnicas y de su publicación; utilizan las mismas frases para su descalificación como si se copiaran unos de otros y se olvidan de la libertad de elección de todo aquél que la desea cursar. Hablan como si se obligara a todos y se burlan de algunos elementos básicos de toda creencia religiosa que razonablemente se puede explicar y entender. Se da un paso más.
Quienes desean de forma implacable la eliminación escolar de la materia osan dar lecciones de cómo debería organizarse su impartición en el aula. Es inaudito.
Quiero dejar constancia del inmenso trabajo que, desde el año 1979 cuando quedaron fijadas las coincidencias y diferencias entre los conceptos cultura religiosa, catequesis y enseñanza religiosa
escolar, han realizado muchos expertos y estudiosos, multitud de profesores de esta materia y gran cantidad de alumnos y padres que se han beneficiado de la misma. No olvidamos la colaboración de las administraciones educativas que han atendido la demanda de los ciudadanos y no, como algunos se empeñan en repetir, en satisfacer los privilegios de la Iglesia.
Los obispos también podemos hablar y, por supuesto, ponemos voz a las peticiones de los creyentes que, ejerciendo su libertad, reclaman una mejor educación para todos. Hay muchos padres y profesores que se suman cada año a esta solicitud.
Me sorprende también ver en la mentalidad laicista actual, aparte de la ignorancia en la definición de los derechos, naturaleza del Estado e influencia de la Iglesia en la sociedad, una equiparación entre mentalidad creyente e intolerancia hacia los demás. Para esto, un solo dato: por la fe en Jesucristo miles y miles de cristianos han entregado su vida amando y respetando a personas diferentes; se han educado en el mandato del Señor y son la muestra perfecta de la dedicación a los demás. La fe no genera intolerancia sino comprensión y ternura hacia los necesitados.
† Salvador Giménez Valls,
Obispo de de Menorca