Mons. Jaume Pujol Los santos no envejecen, poseen el elixir de la eterna juventud. El 28 de marzo de 1515, hace 500 años, vino al mundo Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Ávila o santa Teresa de Jesús. ¡Cinco siglos y parece tan actual! Miles de monjas, esparcidas por el mundo, siguen sus pasos y millones de personas continúan beneficiándose de su carisma y leyendo con asombro y aprovecho sus libros.
En particular es conocida su biografía, que escribió por obediencia, permitiéndose tan solo encabezarla con estas palabras: «Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para escribir el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida».
La humildad de la santa no le hizo una persona apocada, todo lo contrario. Manifestó siempre su carácter tanto como su fe, y fue una persona de acción cuando le tocó hacer fundaciones y encargarse de cosas materiales («Dios anda entre los pucheros»), igual que fue ejemplo de oración mística en la soledad de sus conventos.
Este año su fiesta prácticamente coincide con el Domingo de Ramos, el día que Jesucristo entró por última vez en Jerusalén al encuentro del destino por el que vino al mundo: la redención humana. Puede ser una buena ocasión para que nos fijemos en cómo rezaba la santa de Ávila.
Aunque sus padres eran muy devotos, y ella entró en el convento muy joven, aprendió a rezar con esfuerzo, ayudándose de libros espirituales y venciendo a menudo la falta de ganas. Hasta que un día «acaecióme que entrando un día en el oratorio vi una imagen que habían traído (…) Era de un Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros…».
El Crucifijo y el Evangelio fueron los maestros de santa Teresa, como de otros muchos santos. Esto me anima a pediros, haciéndome eco de la voluntad del Papa, que tengamos a mano unos Evangelios, y que imágenes de Cristo y de la Virgen María presidan la principal estancia de vuestras casas, el comedor o la habitación.
He comenzado observando que los santos no tienen edad. Al tiempo que felicito a todos los miembros y seguidores de la bendita orden carmelitana, con tanta presencia en nuestra Archidiócesis. Y les pido que continúen dándonos su ejemplo callado de amor a Jesucristo, impulsando así oxígeno espiritual a nuestra sociedad tan necesitada.
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primado