¡La Humanidad de todos los tiempos!, tiene razón el Papa cuando dice: «Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir». Dice el salmo 8: «¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?». Por un lado estamos siendo testigos de las mayores crueldades y aberraciones, por otro se manifiesta la impotencia e incapacidad reales de resolver los problemas, más, si cabe, cuanto más poderosos podamos aparecer los humanos. «¡Así somos, siempre ha pasado…!», aseguramos llenos de desesperanza. Constata el Papa: «También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?».
Sin embargo, Dios toma la iniciativa de hacerse uno de nosotros. Ah ¿y el modo? una aldea minúscula en un país pequeño, y de una humilde nazarena. Con razón dirá admirada nuestra Señora: «Él hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». Así siempre, a los nueve meses nacerá en la oscuridad de una cueva porque «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron». No tiene sitio en la posada y se hace hueco en la Historia muriendo crucificado como un malhechor, para seguir en las cruces de todos los que sufren, escribiendo el triunfo sobre el pecado, el mal y la muerte que producimos de la mano de una Iglesia que no tiene armas ni puede hacer la guerra al uso que las potencias declaran y pierden siempre.
¡Soluciones, queremos soluciones! y el Papa Francisco nos dice «Fortaleced vuestros corazones» ante la indiferencia de los que miran para otro lado y que, como mucho, se preguntan ya derrotados: «¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?». Sí, no en vano el Arcángel anunciador es Gabriel que quiere decir «Dios es mi fortaleza». Debemos fortalecer nuestros corazones, y los medios para ser fuertes en esta hora es rezar, tener gestos de caridad con los empobrecidos y fijarnos en «el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos».
Con apariencia de fragilidad, ciertamente, esta realidad del Hijo de Dios hecho Hombre está presente en la Historia que somos capaces de hacer los humanos, y por eso sabemos que no está todo perdido. Tomemos con valentía este convencimiento que expresa el papa Francisco y que quiere para nosotros: «Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Cf. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro». ¡Buen trabajo cuaresmal!
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real