Mons. Esteban Escudero El sábado 22 de noviembre del año pasado, se celebró en Madrid una manifestación multitudinaria a favor de la vida y en contra del aborto. Recientemente, el presidente del Foro de la Familia, Benigno Blanco, ha llamado a mujeres y hombres a salir a la calle el próximo 14 de marzo para participar en una nueva manifestación a favor de la vida, en la que no sólo protestarán contra la reforma de la ley del aborto por parte del Gobierno, en el que, según dijo, “tienen cero esperanzas”, sino que también pedirán a toda la sociedad “solidaridad” con las mujeres embarazadas.
En el comunicado invitando a unirse a la manifestación del 14 de marzo se anunciaba el lema que agrupaba a todas las entidades convocantes, “Cada vida importa”, y se exponían las razones que les habían llevado a convocar la marcha. «Nos manifestamos el 14M para seguir mostrando nuestro rechazo a la decisión de no derogar la “ley del aborto” y para reivindicar leyes que defiendan la vida de todos en cualquier circunstancia y sin excepciones. Seguimos defendiendo la causa de la vida sin miedo a hacernos presentes a pesar de las incertidumbres existentes en el panorama político español actual. El 14M pretende reforzar y reafirmar en la conciencia de la sociedad española -y, por reflejo, en todo el mundo- que no vamos a acostumbrarnos al aborto; que no vamos a callar ante el abandono de la defensa de la vida por parte de los gobernantes; que no vamos a dejar solas a las mujeres embarazadas».
Pero, en esta manifestación no sólo se pedirá no acostumbrarse a pensar que el aborto es ya algo indiscutible e irreformable en la vida de nuestra sociedad, sino que, en la intención de los convocantes, en el 14M «queremos decir un inmenso SÍ A LA VIDA de todos: de los no nacidos y de las mujeres embarazadas; de los enfermos terminales a los que amenaza la eutanasia; de las víctimas de la violencia doméstica y de los diversos terrorismos; de los embriones humanos manipulados, destruidos o desechados; de los que sufren y viven en circunstancias no acordes a la dignidad humana porque tienen capacidades diferentes o por injusticias económicas y laborales; de todos los excluidos y marginados por la falta de justicia social y de una adecuada jerarquía de valores».
En la legislación actual española existe una despenalización de su práctica y un reconocimiento expreso del aborto como un derecho de la mujer embarazada. Ello implica, en el presente ordenamiento jurídico, una desprotección de las dos víctimas del aborto: el niño no nacido y la mujer, abocada al aborto, sin alternativas posibles en el caso de un embarazo no deseado, todo ello agravado por la amplia difusión en nuestra sociedad de la llamada ideología de género y su particular visión de la sexualidad y de la persona…
La postura de la Iglesia en este tema no ofrece lugar a dudas y su asentimiento es de obligada aceptación para todo fiel católico que quiera mantenerse en la plena comunión con la Iglesia. Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral. El concilio Vaticano II ratificó esta doctrina común afirmando: «Dios […], Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables» (GS 51, 3).
El mismo Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium afirmó claramente la defensa de la Iglesia de los niños por nacer y el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, que no necesita de particulares creencias religiosas para reconocerlo, ya que la sola razón humana es suficiente para descubrirlo. Así en los números 213 y 214 de su Exhortación nos enseña: «Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o “modernizaciones”. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?» (EG 213-214).
+Esteban Escudero,
Obispo de Palencia