Mons. Joan E. Vives Estamos iniciando el nuevo curso, y con él la vida pastoral abierta, creativa, «perseverante» en los mandatos recibidos del Señor Jesús: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Para cada bautizado, debe ser una alegría saber que Jesús cuenta con cada uno de nosotros para colaborar en este nuevo curso con su obra de salvación de todos y de cada uno de los que el Padre le ha confiado, que son realmente nuestros «hermanos», los prójimos. Nosotros somos sus «apóstoles» que, llenos del Espíritu Santo, «salimos a sembrar» (cf. Mt 13,3ss). Es una misión apasionante: dar testimonio veraz y creíble, auténtico y con obras de amor, de nuestra fe en Cristo, que está vivo, que ha resucitado y que tiene un gran designio de amor para cada una de las personas que llega al mundo, y sobre todo para los más pobres.
Quizá pensaréis que conlleva muchas renuncias, que muchos no lo valoran, que la sociedad más bien nos critica, que chocamos con la cultura egoísta e individualista ambiental, que parece como si no aportáramos nada demasiado positivo, que nos topamos con la soledad y la cruz… Pero esto son cantos de sirena que quieren desencaminarnos. No hagamos demasiado caso de las voces negativas; nos indican bien que seguimos a Cristo crucificado. Hay una humanidad que nos necesita y nos espera, formada por muchas personas concretas, que reclaman «ver a Jesús» (Jn12,21) a través de nuestras palabras y acciones; que anhelan salvación y vida eterna, en medio de tanta mediocridad, violencia, injusticia y maldad, como cada día podemos experimentar. Y nosotros sabemos que esta fuente de vida eterna existe; que es Jesucristo, el Redentor del mundo, a quien humildemente seguimos y servimos.
Debemos creer más en nuestra vocación y misión tan apasionantes. Nos lo recuerda el Papa Francisco: «En un mundo en transformación, hay una Iglesia renovada y transformada por la contemplación y por el contacto personal con Cristo, por la fuerza del Espíritu. Es el Espíritu de Cristo la fuente de la renovación, la que nos hace encontrar nuevos caminos, nuevos métodos creativos, las diversas formas de expresión para la evangelización del mundo actual». De Cristo nos vendrá la fuerza para iniciar el camino misionero y la alegría del anuncio, para que la luz de Cristo ilumine a todos aquellos que aún no lo conocen o lo han rechazado. Por ello pide el coraje de «llegar a todas las periferias que tienen necesidad de la luz del Evangelio» (EG 21). No nos podemos entretener ni en nuestras debilidades, ni en nuestros pecados, ni en tantos impedimentos que se nos presentan para testimoniar y proclamar el Evangelio. Es la experiencia del encuentro con el Señor lo que nos empuja y nos da la alegría de anunciarlo a todo el mundo. Tengamos presente el gran testimonio de los mártires actuales en África, en Irak, en Siria… «La Iglesia es el pueblo de las bienaventuranzas, la casa de los pobres, los afligidos, de los excluídos y de los perseguidos, de todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia», dice el Papa Francisco. E invita a trabajar para que las comunidades eclesiales sepan acoger con amor preferencial a los pobres, teniendo las puertas de la Iglesia abiertas para que todos puedan entrar y encontrar refugio.
Demos gracias a Dios por nuestra vocación cristiana y concretemos dónde pondremos el acento en el nuevo curso que empieza. ¡Qué hermosa es una vida entregada al servicio del Reino de Dios! «Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia, y todo esto se os dará por añadidura» (Mt 6,33).
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell