Mons. Ángel Rubio Con motivo de mis bodas de oro sacerdotales que he celebrado este año 2014, he recibido muchas felicitaciones y cartas de seglares, sacerdotes, obispos, arzobispos y cardenales, directa o indirectamente me han hecho llegar sus mensajes. Quiero destacar la amplia y detallada carta del Papa Francisco por lo que dice y lo que significa. También, deseo destacar la carta de felicitación que me ha dirigido la Sra. Alcaldesa de Segovia en representación de la ciudad. Con todo mi agradecimiento hoy os escribo o mejor reproduzco la carta que hace 50 años escribí a mis amigos y familiares de mi pueblo. Dice así textualmente:
AMIGO:
Te anuncio un gran gozo.
Para la Iglesia de Dios en Toledo, el 26 de julio, será el día más grande de este año de 1964. Recibirá de Jesús como regalo, su sacerdocio continuado para ti en diecisiete cristianos. Voy a ser uno de ellos.
Con la imposición de manos apostólicas, el Pontífice me confiará el Sacrificio de Cristo, poniéndome al servicio de los hombres todos, mis hermanos.
El 2 de agosto, Día del Señor, a las once de la mañana y en la Basílica de Santa María de Guadalupe, repetiré mi Fiesta de cada mañana —cuando se dice Misa siempre es Fiesta—, en acción de gracias por su amor y por haberme escogido sacerdote.
Mis padres y los cristianos de la parroquia te invitan para ofrecer todos juntos a Dios Padre el sacrificio de su Hijo, en una misma oración con el Espíritu.
Dile a Jesús —y es el regalo que espero— que nunca me olvide de que siempre es Fiesta cuando se dice Misa.
Y a Nuestra Virgen Morena que no me canse nunca de servir a los demás. Termina con la firma.
Respuesta de hoy. El don que recibí hace 50 años me abrió los ojos, el corazón y las manos. He mantenido una certeza «sé de quién me he fiado». Eso sí a veces cuando más auténtico he querido ser ha sido mayor mi distancia. Pido perdón por el retraso y ruego que juntos demos gracias.
Ser sacerdote significa ser amigo Jesucristo; y serlo cada vez más con toda nuestra existencia. El mundo tiene necesidad de Dios. No de un Dios cualquiera sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios tiene que vivir en nosotros y nosotros en Él. Esta es nuestra llamada sacerdotal: sólo así nuestra acción de sacerdotes puede dar fruto identificado siempre con el corazón de Cristo y cumplir su voluntad todos los días de mi vida.
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia