Mons. Antonio Algora Mucho nos debe doler a todos la existencia de las guerras. A nuestros mayores les hemos oído cosas terribles que vivieron en sus carnes. Los que hemos nacido después de la contienda civil y que no tenemos experiencia de situaciones de guerra, no somos conscientes de lo que supone la guerra y la guerra moderna en la que se estrenan armas capaces de derribar un avión que va a kilómetros de distancia.
El Papa nos ha dicho en el número 59 de la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, con la claridad que le caracteriza: «Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz».
Estas últimas palabras han hecho mucha mella en los responsables de las decisiones económicas y en los teóricos de la economía imperante. Nosotros, la gente de la calle, también podemos sentirnos aludidos como injustos, cuando nos olvidamos de que hay inequidad entre la población de nuestro país y de nuestra Europa y del mundo entero. Sentimos cada día más fuertemente la mala distribución simplemente de los medios de subsistencia que nos hacen vivir a mucha distancia de los empobrecidos, incluso de las clases más modestas de nuestro país.
La tierra de Jesucristo está en guerra y esto añade algo más de dolor a la situación que nos está impidiendo el simple hecho de ir a rezar al Sepulcro vacío y al resto de lugares santos. El Papa hizo el esfuerzo de citar en su casa a los jefes de las dos naciones y sigue rezando y pidiéndonos que recemos por la Paz. «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios».
Pero el argumento de la Paz es más amplio que los sentimientos legítimos por otra parte de todos los interesados en la Tierra de Jesús. Así nos dice el Papa: «La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política”, la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es, ante todo, positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y, en ese sentido, no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico».
Todos, pues, estamos comprometidos en la construcción de la Paz. Sentirnos hermanos de todos, sin quedarnos al margen de la lucha por la justicia, y de la construcción de un mundo mejor. Confiamos en que las generaciones más jóvenes que nacen en el seno de la Iglesia encuentren con su mejor preparación caminos de transformación.
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Cartagena