Mons. Joan E. Vives El domingo de Pentecostés nos unimos en nuestra Diócesis para orar por la paz en Tierra Santa y en todo el mundo, en comunión con la oración que aquel día llevaban a cabo el Santo Padre Francisco y los dos Presidentes del Estado de Israel y del Estado de Palestina, así como posteriormente también se unió el Patriarca de Constantinopla Bartolomé. Era una iniciativa muy bella surgida durante la peregrinación del Papa Francisco a Tierra Santa el pasado mes de mayo. Por esto pedí a los diocesanos que nos uniéramos aquel domingo a la oración del Papa con los líderes mencionados, del modo que se creyera más conveniente, invitando a las comunidades cristianas a mantenerse unidas en fervorosa oración al Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Paz y de Amor: con una vigilia de oración, un tiempo de plegarias comunitarias, un rosario por la paz, o una intención en la oración de los fieles de las misas del domingo. Agradecí mucho que cooperasen las comunidades y los sacerdotes de la Diócesis, pidiendo que el Espíritu Santo viniera «a guiar nuestros pasos por el camino de la paz»: en Tierra Santa, en nuestras familias, parroquias y pueblos, y en todas partes.
Ahora os pido, como el apóstol Pablo, que seáis «constantes en la oración y deis gracias en toda ocasión» (1Ts5,16). Los cristianos tenemos el poder de la oración. La oración nos cambiará. No cambiará la mente de Dios, que es la de la paz, pero nos cambiará a nosotros y cambiará las mentes de nuestros líderes. Mostrará a los líderes políticos del mundo que la gente en Palestina e Israel no quiere más odio, ni violencia, ni separación; no quieren más ocupación violenta, ni más sangre derramada. Quieren vivir con sus hijos y nietos, vidas de paz con justicia. Esta oración debe ser perdurable, no sólo de un día… Roguemos que Dios nos bendiga haciendo que nos resulten molestas las respuestas fáciles, las medias verdades y las relaciones superficiales, y así podamos vivir con mayor profundidad en nuestros corazones. Supliquemos que Dios nos bendiga con santa ira ante la injusticia, la opresión y la explotación de las personas, de modo que podamos trabajar por la justicia, la libertad y la paz. Pidamos que Dios nos bendiga con derramamiento de lágrimas por todos aquellos que sufren dolores, rechazo, hambre y guerra, para que podamos consolarlos y convertir su dolor en alegría. Y que Dios nos bendiga con suficiente locura para creer que podemos construir un mundo diferente, y podamos hacer lo que muchos dicen que no se puede hacer.
El Cardenal Bergoglio decía el 2007 sobre la oración: «Pido al Señor que nos haga más orantes como lo era Él cuando vivía entre nosotros; que nos haga insistentemente mendigos ante el Padre. Pido al Espíritu Santo que nos introduzca en el Misterio del Dios Vivo y que ore en nuestros corazones (…). Os pido que sigamos adelante (cf. Hb 1,39) en nuestro trabajo apostólico, adentrándonos más y más en esa familiaridad con Dios que vivimos en la oración. Hombres y mujeres adultos en Cristo, pero niños en nuestro abandono. Hombres y mujeres trabajadores hasta el límite y, a la vez, con el corazón fatigado en la oración. Así nos quiere Jesús, que nos llamó. Que Él nos conceda la gracia de comprender que nuestro trabajo apostólico, nuestras dificultades, nuestras luchas no son cosas meramente humanas que comienzan y terminan en nosotros. Y que esto nos mueva a dedicar diariamente más tiempo a la oración. Y, no dejen de rezar por mí, ya que lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.»
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell