Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
Cada Domingo, cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, lo hacemos con un aire de fiesta; es el día del Señor, el día dedicado a honrar a Dios porque es el día dedicado a Él. En este Domingo de la Pascua del Señor, este carácter festivo se multiplica porque celebramos el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, celebramos su Resurrección.
Éste fue el gran anuncio, la gran noticia que escuchamos anoche en la liturgia de la Vigilia Pascual: Cristo ha resucitado. Por eso, durante toda la Vigilia, había una invitación constante a exultar de gozo los coros de los ángeles y todas las criaturas del cielo y de la tierra por la victoria definitiva de nuestro Dios.
Ésta es también la gran noticia que escucharemos hoy en la Palabra de Dios de la Eucaristía: en el Evangelio, María Magdalena y los discípulos iban al sepulcro donde habían enterrado a Cristo; estaban seguros de encontrarlo allí muerto pero la sorpresa fue grande pues Cristo no estaba allí. En los Hechos de los Apóstoles, escucharemos cómo Pedro contaba a todo el mundo lo que había sucedido en el país de los judíos: cómo a Jesús lo habían condenado, lo habían matado pero cómo, a los tres días, había resucitado y ellos eran testigos de aquella maravillosa proeza divina. Por su parte, San Pablo, en la segunda lectura, nos urge a vivir como resucitados, como quiénes han muerto al pecado y han resucitado a una vida nueva.
La Resurrección de Cristo es el triunfo sobre la muerte y el pecado para siempre: Cristo vive y ya no muere más, y nosotros hemos vencido y resucitado con Él. Por eso, no podemos quedarnos en el Viernes Santo. Muchos cristianos viven con verdadera intensidad de fe los acontecimientos de la condena y muerte del Señor, han participado en las procesiones y en los distintos actos de piedad pero su fervor y participación terminan con el Viernes Santo. Sí, Cristo murió pero ha resucitado. No seguimos a un muerto ni a un fracasado (ni nosotros estamos ya muertos por el pecado ni somos unos fracasados) sino que seguimos a Cristo vivo, resucitado y vencedor de la muerte.
La Resurrección de Cristo pide de nosotros, como seguidores suyos, que vivamos la vida con unas actitudes bien concretas y definidas: 1. Que vivamos el acontecimiento de su Resurrección como el acontecimiento que inunda toda nuestra vida de alegría, dando sentido a todo nuestro seguimiento como discípulos suyos pues también nosotros hemos triunfado ya que participamos de su victoria sobre la muerte y el pecado: ¡en su Resurrección hemos resucitado todos! 2. Que, a partir de su Resurrección y porque con Él hemos resucitado también nosotros, vivamos como verdaderos resucitados a una vida nueva: una vida no de pecado sino de gracia, no de tinieblas sino de luz. 3. Que, del mismo modo que los discípulos se lanzaron a proclamar a pleno pulmón, sin miedos a nada ni a nadie, la Resurrección de Cristo, nosotros seamos testigos intrépidos y atrevidos de Cristo: «Nosotros somos testigos de que Jesús Nazareno, a quien mataron colgándolo de un madero, ha resucitado; somos testigos de ello porque hemos comido y bebido con Él después de la resurrección».
El Señor nos ha encargado a todos y cada uno de sus seguidores que seamos sus testigos para los hombres y mujeres de nuestro tiempo en un mundo que tantas veces vive sin Dios, sin esperanza, en un mundo de muerte, en un mundo de tristeza. ¡Seámoslo!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
+ Gerardo Melgar
Obispo de Osma-Soria