Mons. Jaume Pujol En los pueblos, y aún en las ciudades, el Domingo de Ramos se celebra una procesión que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. Recorre diversas calles alrededor de la parroquia o en el interior de ella si no es posible fuera.
Recuerda también nuestra condición de peregrinos y es una manifestación de alegría. Llega el Mesías esperado y el pueblo se goza de estar con Jesucristo. «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!», exclamaba la gente que había acudido a las puertas de la muralla. Se acercaba la Pascua y los judíos habían llegado de todas partes a la Ciudad Santa.
El Evangelio de San Juan relata que, entre los peregrinos, había también algunos griegos quienes, mediante dos apóstoles de lengua griega, Felipe y Andrés, hacen llegar esta petición: «Queremos ver a Jesús».
Benedicto XVI, al comentar esta escena, observa que no se nos cuenta la conversación que pudo desarrollarse entre el Señor y los extranjeros, pero sí unas palabras enigmáticas cuyo sentido tardaría en entenderse: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto».
Entramos en la Semana Santa por la puerta del Domingo de Ramos, la atravesamos situándonos en el Jueves Santo en la institución de la Eucaristía, y en el Viernes Santo, el día de la consumación del sacrificio del Calvario, y la acabamos a las puertas de la Resurrección. El grano de trigo cae en tierra, muere y da un fruto que permanece entre nosotros y es prenda de eternidad.
¿Por qué la cruz?, se preguntaba el papa Francisco el año pasado en su homilía de la misa del Domingo de Ramos. Y se contestaba: «Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado, también el nuestro, y lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios».
El Jueves Santo, Jesucristo instituyó el sacerdocio y le dio potestad de renovar, de forma incruenta, su único y verdadero sacrificio. Por esto deseo aprovechar hoy para pediros oraciones y afecto hacia los sacerdotes, llamados a predicar la Palabra, a perdonar los pecados, a celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos que nos hablan de la presencia de Dios entre nosotros. Rezo por ellos, y por los seminaristas, por todos aquellos, también religiosos y laicos, que puedan atender a quienes, quizá desde lejos, se acerquen un día diciendo: «Queremos ver a Jesús».
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona