Mons. Carlos Escribano La celebración del Domingo de Ramos, con la procesión de las palmas y la meditación de la pasión del Señor, se convierte en un pórtico privilegiado que interpela al creyente y le invita a entrar en la Semana Santa para vivirla con provecho. Para ello se debe suscitar en nuestro corazón el deseo de subir con Cristo a la cruz, para morir al hombre viejo y resucitar con Él a una vida nueva.
Acompañar a Jesús en los próximos días nos ayudará a romper su soledad, tan bien descrita por San Mateo en su relato evangélico. Soledad que comienza en la última cena, cuando Judas consuma su traición y Jesús toma conciencia de que incluso los más allegados le van a abandonar. Soledad que toma tintes dramáticos cuando el sueño de los Apóstoles le deja roto en el huerto de los olivos: la carga del pecado del mundo, comienza a mostrar su peso insoportable y el Señor sabe que tiene que beber el cáliz hasta el final. La soledad se prolonga en el injusto proceso al que se ve sometido cuando hasta los que le conocen, le niegan. Y el abandono más insoportable es el del Padre expresado por Jesús en su oración en el patíbulo de la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Pero el que se ha entregado ya eucarísticamente, tiene que tomar sobre sí lo aparentemente insoportable, según la voluntad del Padre. Y lo hace por nosotros.
Estamos a la espera de la Resurrección: así concluye el relato evangélico de este domingo. Pero para alcanzarla es necesario comprender el misterio de la Cruz. Eso se expresa en nuestras mismas celebraciones. Nuestras asambleas cristianas están presididas siempre por una cruz, la Cruz de Cristo. ¿Por qué? Si Cristo ha resucitado ¿por qué nos preside su imagen de crucificado? Sencillamente, porque no debemos olvidar su Amor. Para que la victoria del Resucitado no nos oculte que el Amor le llevó a estar siempre con nosotros en el peor dolor, y a vivir como nosotros y con nosotros nuestros peores momentos. Por eso la celebración del Domingo de Ramos, nos invita a estar activamente con Jesús, a tomar conciencia de lo que significa su entrega, su sufrimiento y la grandeza de su amor redentor. Acompañar a Jesús para descubrir como servir mejor a los hermanos: en especial a tantos hermanos nuestros que hoy siguen cargando con pesadas cruces en el camino de la vida.
Comienza la semana grande de los cristianos. La llamamos Santa por actualizar los momentos centrales de la vida de Jesús, el Santo entre los Santos. Podemos intentar que ese adjetivo, santa, se convierta en un objetivo para nuestra vida a la luz del amor de Dios que se entrega por nosotros.
Y os hago una última petición. Que recéis especialmente por vuestros curas en esta Semana Santa. El martes santo, como es tradicional en nuestra diócesis, celebraremos la Misa Crismal, donde los sacerdotes renovamos las promesas de nuestra ordenación. Antes habremos compartido un retiro espiritual, que este año será impartido por D. Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española. Si, por favor, rezar por nosotros para que desde una fidelidad más intensa a nuestra vocación, podamos seguir siendo fieles y audaces testigos del amor de Dios, que nos ha entregado a su Hijo para la salvación del mundo.
¡Buena y fecunda Semana Santa todos!
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín