Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
Esta semana vuelvo sobre la Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”, del Papa Francisco. El apartado tercero del capítulo IV lleva por título El bien común y la paz social y se extiende a lo largo de los números 217 al 237. Desde el primer momento queda clara la íntima relación existente entre paz social y bien común. Se trata de una tesis fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia: la paz tiene que ver con el bien común; la eliminación o la mitigación de las tensiones es fundamental para eliminar conflictos, divisiones y rupturas, y hacer así posible la paz. Esta tiene que ver con la promoción de un bien común, de algo poseído por todos: el conjunto de condiciones de la vida social, como dice el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, n. 26) que hace posible que todos puedan alcanzar la propia perfección. La paz es sólo alcanzable en esa situación. Pero existen otros falsos caminos para la paz.
Como advierte el Papa Francisco la paz no se identifica sin más con la ausencia de violencia, resultado quizás de la imposición del más fuerte sobre los más débiles. En ese caso, sólo estaríamos ante una paz aparente, no real. También sería una falsa paz, prosigue el Papa, la que se diera en una sociedad que silencia o tranquiliza a los más pobres “de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida, mientras que los demás sobreviven como pueden” (n. 218). Una paz que esté reservada a una minoría feliz, que olvida el sufrimiento de la mayoría que no puede llevar una vida humana digna, no merece el nombre de paz. Tampoco podemos admitir que la paz se reduzca al simple equilibrio de las fuerzas en juego. La paz recuerda el Papa es algo mucho más positivo: nace como fruto del desarrollo integral de todos los miembros de una sociedad o de la entera sociedad de las naciones; sólo se alcanza cuando se puede hablar de un verdadero bien común.
No tiene el Papa Francisco una visión idílica de la paz. Es bien consciente de que las tensiones se dan en toda realidad social. La paz social supone la superación de dichas tensiones. El Papa cita en concreto cuatro de ellas: la que existe entre el deseo de obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero y el tiempo más largo de crecimiento y maduración que exigen los procesos que construyen pueblo; la segunda es fruto de las diferencias, a veces muy pronunciadas, existentes en el seno de una sociedad; la tercera se produce entre la realidad y la idea, entre las obras y las buenas razones, como nota el refrán castellano; la cuarta y última de estas tensiones es la que se da entre el todo y la parte, una tensión que, de no ser superada, puede llevar al aislamiento orgulloso y cerril en el pequeño mundo propio, o puede conducir a una globalización uniformadora y empobrecedora. Se trata de tensiones cuya superación no comporta, sin más, la eliminación de una las partes, sino que pide un “diálogo constante” (p. 231) entre ellas, en el respeto de unos principios según los cuales el proceso prevalece sobre lo puntual y transitorio; la armonía de la unidad superadora sobre el conflicto y el enfrentamiento; la realidad sobre la idea abstracta; el bien del todo sobre el de la parte.
El último apartado del capítulo IV de la Exhortación se fija en los campos de diálogo propios de la Iglesia, en los cuales debe prestar su colaboración al bien común, es decir, al desarrollo del ser humano y, por tanto, a la paz. Esos campos son: el diálogo con los Estados, con la cultura y la ciencia, con los creyentes, en fin, que no forman parte de la Iglesia (nn. 238-258). Pero de ello nos ocuparemos con más calma en una próxima semana.
+ José Mª Yanguas
Obispo de Cuenca