Mons. Braulio Rodríguez Al inicio de la Cuaresma citaba yo el Mensaje del Papa Francisco para este año 2014. Prometí volver sobre este texto, ahora que ya avanzamos en el itinerario cuaresmal en el domingo III, en el que destaca esa larga conversación de Jesús con una mujer samaritana, pasaje increíblemente hermoso del evangelio de san Juan (cap. IV). Tengo muy reciente en mi memoria la visita “ad limina” y el encuentro con el Santo Padre, pues su presencia y sus palabras animan a ser discípulos del Señor mostrando la misericordia que nuestro mundo necesita. Vaya mi agradecimiento profundo al sucesor de Pedro por esta experiencia de comunión eclesial que ha significado esta visita a la Sede Apostólica.
Acabábamos el mensaje del Papa para la Cuaresma recordando cómo Dios sigue salvando a los hombres y salvando al mundo mediante la pobreza de Cristo. He ahí la razón de, a imitación de nuestro Maestro, los cristianos estemos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. El Papa Francisco es eminentemente práctico realista y no necesita muchos rodeos para decirnos que tenemos que actuar, que no valen excusas. Por eso también llega a la gente, ya que se entiende su mensaje muy fácilmente.
Ciertamente no hay que confundir miseria con pobreza. La miseria es pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Algo inadmisible, en ninguna de sus acepciones: bien sea miseria material, miseria moral o miseria espiritual, sobre todo esa situación o condición de pobreza que no es digna de la persona humana, privada de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, las condiciones higiénicas, el trabajo y la posibilidad de desarrollo y crecimiento cultural. Es lo que tenemos en tantas personas de nuestra sociedad. Los que formamos la Iglesia hemos de responder a estas necesidades y a curar estas heridas, reconociendo en los pobres y en los últimos el rostro de Cristo. Hay posibilidades de cambiar esta situación, hay bienes para todos, si nuestras conciencias se convierten a la justicia, a la fraternidad, a la sobriedad y al compartir.
También nos debe preocupar la miseria moral, que afecta tanto a la convivencia y en concreto a tantas familias. Es lógico, pues muchas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros – a menudo joven- tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía. Pero sobre todo es que las personas pierden el sentido de la vida y quedan privadas de perspectiva de futuro. Nos toca sin duda acoger a tantos que padecen estas situaciones y paliar el dolor de sus familiares, porque la miseria material lleva consigo esta miseria moral. El Papa dice que esta clase de miseria es causa también de ruina económica. Es la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. ¡Cuántas veces sucede que, al considerar que no necesitamos de Dios, que nos tiende la mano en Cristo, caminamos al fracaso, pues no en vano Dios es el único que verdaderamente salva y libera!
Por eso mismo necesitamos creer los católicos que el Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual, que estamos hechos para la comunión y la vida eterna, que es precisamente lo que nos proporciona la fe en Jesucristo. “¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! (…) Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana”. Estas palabras del Papa nos dicen claramente que abrazar a Cristo en cada persona, conformarnos con Él, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza, es el horizonte que nos presenta esta Cuaresma. Cristo sostenga nuestros propósitos.
X Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España