Mons. Esteban Escudero El día 11 de febrero de 2012, el Papa Benedicto XVI había convocado una reunión de cardenales en la llamada Sala del Consistorio del Vaticano con motivo de consultar su opinión sobre tres nuevas canonizaciones. Al terminar la reunión, el Papa hizo una inesperada declaración: «Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida dela Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Poco a poco se fue conociendo la noticia provocando primero incredulidad y posteriormente una gran confusión en toda la Iglesia. Hacía muchos siglos que un Papa había renunciado a su misión de Pastor de la Iglesia universal.
En el rezo del Ángelus del domingo 24 de febrero, el Papa, desde la ventana de su estudio, comentó por última vez ante la muchedumbre que llenaba la plaza de San Pedro el Evangelio del domingo. Era el texto de la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Benedicto XVI quiso explicar al mundo sus planes de cara al futuro de su vida: «Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento dirigida a mí, de modo particular, en este momento de mi vida. ¡Gracias! El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas».
Su renuncia no era, pues, abandonar el cuidado de la Iglesia, sino, con una profunda visión de fe, seguir sirviéndola con la oración y la meditación. Se retiraba, por lo tanto, para dejar que viniese un nuevo Papa con más fuerza y energía para acometer los graves problemas del momento. Antes de partir para su estancia en Castelgandolfo, en vistas de la proximidad de un nuevo cónclave que había de elegir al nuevo sucesor de Pedro, se despidió de los cardenales prometiéndole reverencia incondicional y obediencia: «Deseo deciros que continuaré estando cerca de vosotros con la oración, especialmente en los próximos días, a fin de que seáis plenamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el Señor os muestre aquello que quiere Él. Y entre vosotros, entre el Colegio Cardenalicio, está también el futuro Papa, a quien ya hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia».
El 13 de marzo, apenas un mes después del sorprendente anuncio del Papa Benedicto, la Iglesia ya tenía un nuevo Obispo de Roma: el Papa Francisco. Desde el balcón central de la Basílica de San Pedro saludaba con sencillez a la gente que se había congregado esperando la “fumata” blanca: «Hermanos y hermanas, buenas tardes. Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo… pero aquí estamos. Os agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su Obispo. Gracias. Y ante todo, quisiera rezar por nuestro Obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja».
Cuando ha pasado ya un año de aquel mes en que ocurrieron estos acontecimientos tan decisivos para la vida de la Iglesia, se impone una constatación sobre la relación entre las dos personas que los han protagonizado. A pesar de que algunos quieren contraponer las figuras de ambos pontífices, es preciso reconocer una gran sintonía entre ambos, sin olvidar las diferencias de estilo pastoral. Sabemos que durante este año han tenido varios encuentros personales y es muy probable que hayan hablado muchas veces por teléfono sobre temas relacionados con el gobierno de la Iglesia. De hecho el Papa Francisco no ha escatimado elogios y alusiones a su antecesor. Y en el día del primer aniversario de la renuncia del Papa Benedicto, el martes pasado, el Papa Francisco publicó este tweet a sus millones de seguidores: «Hoy os invito a orar conmigo por Su Santidad el Papa Benedicto XVI, un hombre de gran coraje y humildad». Con esta frase, el Papa Francisco ha querido recordar dos rasgos importantes de la figura del Papa emérito. Un hombre de gran coraje: a su reconocido saber teológico, unió el decidido empeño por acabar con algunas plagas de la Iglesia en los últimos tiempos. Y un hombre humilde, que supo reconocer públicamente su debilidad, cuando le iban abandonando las fuerzas, para seguir gobernando la barca de Pedro. El tiempo nos irá haciendo comprender lo que los católicos del siglo XXI debemos a Benedicto XVI y hasta qué punto ha sido una gracia de Dios la venida del Papa Francisco en este momento de la Iglesia.
+Esteban Escudero,
Obispo de Palencia