Mons. Joan E. Vives Estos días se ha puesto en marcha la Campaña de Manos Unidas contra el hambre en el mundo, y pronto tendremos la Asamblea con los voluntarios de Cáritas de la Diócesis, que nos aporta una radiografía muy real de lo que ocurre en nuestra Diócesis en cuanto a carencias, pobrezas, y también brotes de esperanza y realizaciones de servicio y de amor. De igual forma, libros nuevos y Jornadas, y el contacto con las personas a las que, a pesar de los indicadores de mejora macroeconómica, siguen sufriendo la crisis tan dura, que hace actual el reclamo de San Pablo: «Nos apremia el amor de Cristo» (2 Co 5,14). A menudo sentimos la impotencia de no poder llegar a más, a todo… Hemos de ser humildes, levantando los ojos al cielo, y rezar, buscar en Dios la fuerza renovada para continuar trabajando, sirviendo, acompañando y defendiendo a los pobres de tantas pobrezas como palpamos. La caridad se fundamenta en la oración.
Desde los inicios de su ministerio, el Papa Francisco nos habla mucho de los pobres, del núcleo de la vida eclesial que es el amor y la dedicación a los pobres y a la justicia. El pasado septiembre, desde el Centro Astalli para refugiados en Roma recordó a todas las instituciones de servicio a los pobres (p.ej. Cáritas, Manos Unidas, grupos eclesiales y ONGs), que «la limosna no es suficiente» y recordó la necesidad de acoger a las personas pobres y de integrarlas en la sociedad. «La simple acogida no basta, hay que acompañar hacia la oportunidad de aprender a caminar sobre sus propios pies. La caridad que deja a los pobres tal como están no es suficiente. La misericordia verdadera, la que Dios nos da y nos enseña, reclama justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo». Porque debemos reconocer el derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente personas. Y desde ese lugar de acogida, de encuentro y de servicio, nos lanzó unas preguntas: «¿me inclino para ayudar a los que están en dificultad, o tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o miro de saber si los demás necesitan ayuda? ¿Me sirvo sólo a mí mismo, o sé servir a los demás como Cristo, que vino a servir hasta dar su propia vida? ¿miro a los ojos de los que buscan la justicia, o dirijo la mirada hacia otro lado, para no mirar a los ojos?». Son preguntas tan directas, que nos hacen bien. Y señala que los pobres son los maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios, ya que con su fragilidad y sencillez nos descubren nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia, y nos guían hacia la experiencia de la proximidad y la ternura de Dios para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros.
De hecho los pobres, cuando los dejamos hablar, no desean ser una carga, quieren ser parte activa de una nueva sociedad. ¡Y esto es un derecho! Esta responsabilidad es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Debemos acompañar y defender este recorrido. Y construir una fraternidad real. Así mismo, recomendaba a los trabajadores de las instituciones de apoyo social, a los voluntarios y benefactores, que no sólo demos un poco de nuestro tiempo, sino que tratemos de establecer una relación con los solicitantes de ayudas, a quienes reconocemos como personas, comprometiéndonos a encontrar respuestas concretas a sus necesidades. ¡Debemos mantener siempre viva la esperanza, y ayudar a recuperar la confianza! El Papa subraya tres palabras clave que pueden ser el programa de trabajo de los cristianos: Servir, acompañar, defender.
+ Joan E. Vives Sicilia
Arzobispo de Urgell