Mons. Salvador Giménez Es una cuestión de justicia, hablando coloquialmente, compartir los sentimientos y las ideas con nuestros semejantes más cercanos. Nos alegramos o lamentamos los éxitos o fracasos de familiares o amigos. Con palabras o con gestos que ayudan al otro a sobrellevar los acontecimientos personales; algunas veces corrigiendo o manifestando los posibles disensos. Pero siempre con cariño y con intento de mejora. En este ámbito familiar podríamos situar también a nuestras parroquias y a la diócesis para reconocer y agradecer la vida y la dedicación de determinados grupos cristianos que hacen presente a la misma Iglesia y persiguen beneficiar a sus
hermanos.
Sirva este comentario semanal para pedir a todos los lectores la oración y el afecto hacia cuatro asociaciones diocesanas que, en estos días, hacían la memoria anual de su servicio o se reunían para celebrar su fiesta. Me refiero a los miembros de la Vida Consagrada (el día 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor), a los componentes del movimiento apostólico de Vida Creixent (el día 2 de febrero recordando a sus patronos Simeón y Ana), a los participantes del encuentro de Infancia Misionera (25 de enero, se reunieron muchos niños con la mirada puesta en los millones de niños de misiones), los responsables y colaboradores de Manos Unidas (7 al 9 de febrero, con su asamblea e información de su campaña en favor de los necesitados del Tercer Mundo).
En otras ocasiones he dedicado un artículo entero a cada una de estas asociaciones.
Por diversas razones no ha sido posible este año y las he englobado en un solo comentario. No indica esto restar importancia a su servicio y sí aprovechar la coincidencia de fechas, sin demoras en el tiempo, para pedir a toda la comunidad diocesana que rece por estos hermanos nuestros y reconozca su tarea. La presencia de estos grupos cristianos en el corazón de la sociedad consuela y reparte ternura, humaniza y crea fraternidad, aporta recursos y sensibiliza en el amor universal de Jesucristo. La diócesis está en permanente deuda con todos ellos aunque saben, y eso les engrandece mucho más, que nunca será saldada porque la motivación de su trabajo está en el seguimiento del mismo Señor que ya les concede la recompensa.
Termino dejando constancia del gran reconocimiento y enorme gratitud de la diócesis con unas breves palabras para cada asociación:
– por fortalecer la educación de la infancia en la ayuda a los niños más necesitados de los países de misión luchando contra el egoísmo o el capricho personal
– por colaborar con los sacerdotes y seglares, desde el propio carisma religioso, en
los diversos encargos pastorales: escuelas, hospitales, cárcel, caritas, enfermos en
domicilio, animación de grupos parroquiales…
– por continuar en la formación personal y comunitaria regalando sabiduría y experiencia
a los hijos y nietos
– por la constancia manifestada en el trabajo y el apoyo mutuo de tantos colaboradores
de Manos Unidas.
Quiera Dios que aumente el ejemplo y el número en estas tareas.
† Salvador Giménez Valls
Obispo de Menorca