Mons. Àngel Saiz Meneses El segundo domingo de febrero tiene lugar la campaña de Manos Unidas en todos los templos de la diócesis. Manos Unidas es el nombre que recibe una organización no gubernamental de inspiración cristiana que nació de una iniciativa femenina. Fueron las mujeres de Acción Católica las que, hace más de medio siglo, comenzaron esta lucha tan razonable precisamente contra el hambre. Por este motivo se designa también con el nombre de Campaña Mundial contra el Hambre en el Mundo.
En este año 2014 se realiza la campaña número 55 que tiene como lema: “Un mundo nuevo, proyecto común”. El tema sintoniza muy bien con lo que nos propone con mucha frecuencia el Papa Francisco. Ya en aquella tarde del 13 de marzo del año pasado, al presentarse a las personas que llenaban la Plaza de San Pedro, abogó para que “haya un gran fraternidad”. Y después ha reiterado –sobre todo en su visita a la isla de Lampedusa- la necesidad de superar la “globalización de la indiferencia” con una globalización de la solidaridad.
El núcleo de la campaña de este año se centra en reconocer que la fraternidad humana es el inicio del desarrollo. Su Santidad Benedicto XVI, en la encíclica Cáritas in veritate nos invitaba a realizar un esfuerzo común para lograr la implicación de todos en el desarrollo global. Y esto como una manifestación de la fraternidad a la que está llamada toda la humanidad. “El desarrollo de los pueblos depende, sobre todo, de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro” (CV 53).
Para comprender en qué sentido hablamos de fraternidad es necesario acudir una vez más a Cáritas in veritate, n. 19, que, comentando la encíclica Populorum Progressio, afirma: “El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos” (PP, 66). Ahora bien, esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad, cada vez más globalizada, nos hace más cercanos, pero no necesariamente más hermanos.
La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación trascendente; nace de Dios Padre, el primero que nos ha amado y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es el amor fraterno. Pablo VI, al presentar los diversos niveles del proceso de desarrollo del hombre, puso en lo más alto, después de haber mencionado la fe, “la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar como hijos en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres” (PP, 21).
Quiera Dios que la gran aceptación que el Papa Francisco está obteniendo en los más diversos foros del mundo de hoy pueda servir para construir sobretodo un mundo en el que desparezca el escándalo del hambre, que tantas víctimas produce todavía.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa