Mons. Julián López Queridos diocesanos:
El día 9 de febrero, domingo, tiene lugar la Jornada Nacional de “Manos Unidas” que debe recordarnos una vez más la sentencia que pronunciará Jesús en el Juicio Universal dirigiéndose a los que cumplan su mandato del amor y de entrega al prójimo necesitado: “Tuve hambre y me disteis de comer”; y a los que no lo cumplan: “Tuve hambre y no me disteis de comer” (Mt 25, 35 y 42). La advertencia del Señor es genérica pero afecta a situaciones concretas, no importa el tamaño del problema o volumen de la necesidad. En efecto, lo mismo se aplica a una simple petición de ayuda hecha por una persona particular que a la necesidad de colaborar en la solución de los problemas de quienes están sufriendo las consecuencias de la crisis económica que se ceba en estratos cada vez más amplios de nuestra sociedad, o respecto al problema de la pobreza y del hambre en el mundo. Ahora bien, este último problema es tan grande y tan extenso que requiere medidas proporcionadas que desbordan las posibilidades no ya de unos y de otros sino de países enteros que no son capaces de encontrar solución para que, al menos, sea posible atender a las necesidades primarias de tantos hermanos y hermanas nuestros que, al no tener el pan de cada día, no pueden sentarse dignamente a la mesa.
Para hacer frente a este gran problema “Manos Unidas” nos convoca para la LV Campaña destinada a formar las conciencias y a facilitar nuestra respuesta, naturalmente unida a las de otros hombres y mujeres que con su pequeña y singular aportación, sin hacer granero, ayudan eficazmente a que se haga. Es lo que insinúa el nombre mismo de la institución “Manos Unidas”, organizadora de la nueva edición de la campaña bajo el sugestivo título de “Un mundo nuevo, proyecto común”, centrado en el octavo objetivo de Desarrollo del Milenio propuesto por las Naciones Unidas: “Fomentar una alianza mundial para el desarrollo”. El cumplimiento de este objetivo, se dice en la explicación de la actual campaña, depende directamente de nuestra capacidad para establecer relaciones con los demás, unas relaciones abiertas, dialogantes y colaboradoras, de manera que se haga verdad la fraternidad a la que todas las personas estamos llamadas.
Tengamos en cuenta esta llamada de “Manos Unidas” que acude periódicamente a nuestras puertas, porque el objetivo pastoral diocesano de este curso nos pide “obras” como aplicación y respuesta al don de la fe. Recordad el lema del curso: “La fe sin obras está muerta” (Sant 2, 26), como extensión del Año de la Fe ya clausurado y teniendo delante el ejemplo del Buen Samaritano al que se refiere para estimular nuestra caridad efectiva el programa pastoral. Solo que en el caso de la campaña de “Manos Unidas” no es un hombre molido a palos y tirado al borde del camino por unos facinerosos el que pide ayuda, sino una masa de millones de personas que reclama un orden social más justo, y un compromiso de alcance mundial que haga posible desde el respeto a los derechos humanos de todos hasta el tomar las medidas necesarias para poner fin a esa inmensa desgracia que afecta a las personas y a los pueblos más débiles del planeta.
El Papa Francisco, tan sensible a los problemas de la pobreza, hablando a la FAO ha recordado cómo “es necesario encontrar la manera de que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra, no sólo para evitar que aumente la diferencia entre los que más tienen y los que tienen que conformarse con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, equidad y respeto a todo ser humano”(20-VI-2013). Colaboremos todos con “Manos Unidas” para que esto sea realidad.
Con mi cordial saludo y bendición:
+ Julián López,
Obispo de León