Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
En los días pasados hemos asistido a un “desatarse de las opiniones” a raíz del proyecto de la nueva ley del aborto presentado por el actual gobierno de la nación. Opiniones para todos los gustos, desde la descalificación más radical a la manifestación, más o menos encendida, de acuerdo con el texto presentado. A uno le parecía estar dentro de alguna de las hoces que abrazan nuestra ciudad de Cuenca, y escuchar cómo el texto en cuestión, cual si fuera una palabra lanzada contra sus muros de roca, rebotaba en una y otra pared en respuestas alborotadas, fruto más de la pasión que de la razón.
Al escuchar no pocas de esas opiniones me venía a la cabeza la figura de los “sofistas”, aquellos intelectuales con los que hubieron de combatir los grandes filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles; los sofistas no tenían como objeto de sus debates llegar a conocer la “hermosa verdad”, sino tan sólo intentar convencer a los demás de sus propias posturas. La verdad, las cosas como son en sí mismas, no les interesaban, ya que no creían que tal verdad existiera. Me recordaban a un viejo amigo que, a la mañana, con frecuencia, acudía a mi oficina de trabajo para preguntarme si había asistido a tal cual debate en la TV o si había leído algunas opiniones encontradas sobre un determinado documento del Papa. Tras decirle que me interesaba, y mucho, lo que el Papa decía, y tras manifestarle mi reducido interés por las opiniones de otros personajes al respecto, le preguntaba, a mi vez, por su opinión personal sobre el documento en cuestión. No era raro que confesara no haberlo leído. Parecía estar más interesado en las opiniones sobre las cosas que en las cosas mismas.
También en el diálogo social sobre el aborto y las leyes sobre el mismo, no pocos más que ir al asunto mismo, gastan salvas en descalificaciones o desvían la atención a cuestiones colaterales que sólo pueden encontrar respuesta si antes se ha sabido ir a las cosas mismas y conocer cómo están.
La cosa en sí misma es bastante sencilla: desde el momento de la concepción hay un nuevo ser humano, una criatura que es de los nuestros y es como nosotros. Así están las cosas; no es una verdad católica, es la verdad, aunque haya quien se tape los oídos para no saber. Cuando una mujer queda embarazada, comenta sencillamente a su marido, a sus familiares y amigos: ¡voy a tener un hijo! o ¡espero un hijo! Este hecho fundamental no lo cambia sustancialmente ninguna circunstancia. No lo cambia el hecho de que ese hijo sea aportador de una enfermedad, ni el que esa criatura sea fruto de un abuso terrible de la libertad por una imposición intolerable, como es la violación. Se trata de un ser humano en las fases iniciales de su vida, un ser que exige atención y cuidados… y cariño.
Si las cosas están así, no se diga para justificar el aborto que ninguna mujer debe ser obligada a ser madre, porque ninguna lo es, salvo el caso odioso de la violación. No se diga se tiene derecho a decidir sobre el propio cuerpo, porque en el aborto se decide sobre el cuerpo de otro. Ni se diga que, si se aprueba el proyecto en cuestión, algunas mujeres se verán obligadas a salir del país, porque dentro o fuera del país un ser humano exige respeto y tiene el derecho de que nadie disponga de él como si fuera su señor y dueño. No se diga que el aborto libre es luchar por la mujer, porque puede que sea un slogan más o menos logrado, pero no es de ninguna manera una razón. No se pretenda conseguir con la fuerza de la calle, lo que se puede resolver con el simple uso de la razón humana y mirando a fondo en la propia conciencia. No se diga, en son de lamento, que con la nueva ley, el número de abortos quedaría reducido a un 5% de los que actualmente se producen, porque la pena es que el número de muertos no se reduzca a cero. No se diga que el feto no es un ser humano por pequeño que sea, porque hoy todos sabemos que lo es, como quizás todos sabían, siglos atrás, que el hombre de color era eso, un hombre, a pesar de su color. No se diga que los cristianos queremos imponer una verdad nuestra; no, las cosas, sencillamente, son así.
Legisladores, hombres y mujeres, en vuestras manos está la vida o la muerte de innumerables niño por nacer. Dios y los hombres os pedirán cuenta de vuestra decisión.
Con mi bendición.
+ José María Yanguas Sanz
Obispo de Cuenca