Mons. Yanguas Queridos diocesanos:
El domingo, 26 de febrero, se celebra la Jornada de la Infancia Misionera, con la que se quiere favorecer que los niños alcen sus ojos y alarguen su mirada más allá de su pequeño mundo, para alcanzar a ver otras realidades bien distintas de las que están acostumbrados a contemplar: la realidad de muchos millones de niños, niños como ellos, que no gozan de las cosas que a ellos les resultan tan cotidianas, tan normales, tan habituales: desde la fe en Dios que se hace hombre en Jesús y da alegría y sentido a nuestras vidas, hasta los bienes de que ellos disfrutan como si fuera la cosa más natural del mundo, pero en los que otros niños ni siquiera pueden soñar, porque no llegan ni a imaginarlos.
Es bueno, ¡necesario! promover en todos los cristianos el sentido de la misión: el regalo de la fe que Dios nos hace no se debe a nuestras personales cualidades, ni a nuestros talentos ni a nuestra bondad. Es un don, un regalo, que proviene solo de la bondad de Aquel que nos lo hace. Un don del que somos responsables y que hemos de compartir con los demás, que hemos de poner a su alcance, que hemos de llevarles, porque no lo conocen. Es, además, muy conveniente hacerlo desde los primeros años de la vida: que los niños descubran con serenidad que lo normal no es estar encerrado en uno mismo, despreocupado de la suerte que puedan correr los demás, feliz con el disfrute de lo que tiene; es bueno que comprendan desde pequeños que todos los niños del mundo, como todos los hombres, forman una unidad, un todo, un cuerpo, que requiere un bien y un bienestar común, y que no es posible el bien total de uno mientras los demás sufren. Es bueno que lleguen a experimentar la alegría de compartir lo propio con los demás. Es bueno que también los niños entiendan y experimenten que sólo se alcanza la plenitud, la verdadera alegría “cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres”, como dice bellamente el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium. Sí, enseñar a los niños, acostumbrarles a salir, a romper las paredes que nos encierran, que nos aprisionan dentro de nosotros mismos, para dejar que entren otros rostros y otros nombres a formar parte de nuestra casa, de nuestra familia, de nuestro corazón. ¡Qué bien hacemos a los niños cuando los vamos iniciando en estas actitudes fundamentales, humanas y cristianas, que ponen las bases justas para que tengan una existencia lograda, fecunda, feliz.
La Obra Pontifica de la Infancia Misionera quiere hacer entrar a los niños en esa dinámica misionera, desea hacerles protagonistas de la misión que el Señor Jesús confió a toda su Iglesia. También los niños lo son, son Iglesia, como consecuencia del Bautismo que han recibido. También ellos deben adquirir la certeza de pertenecer a un Pueblo, a un Cuerpo, y la convicción de que todos los hombres, todos los niños, están llamados a formar parte de esa familia que invoca a Dios con nombre de ¡Padre! Es necesario ayudarles a superar desde niños la mentalidad privatista, individualista, imperante en tantos hombres y mujeres, ¡en la misma cultura!, que se encierra en el logro y el disfrute exclusivo de los bienes. Es preciso ayudar a los más pequeños a crecer en la cultura de la responsabilidad por los demás, del cuidado y de la atención por los más débiles y necesitados, por los más pobres
“Los niños ayudan a los niños”, así reza este año el cartel anunciador de la Jornada. Ayudémosles a que aflore en sus conciencias la idea de que rezar y ayudar generosamente a los demás con nuestros donativos no es simplemente una cosa buena; es mucho más, una verdadera necesidad para quien sabe que todos los niños son hijos de Dios y que en todos ellos podemos descubrir el rostro de Jesús.
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca