Mons. Joan E. Vives Formando parte de la Coordinadora de los Episcopados de Europa, África del Sur y América del Norte, hace poco fui en peregrinación a Gaza, Tel Aviv, Belén y Jerusalén, para orar y apoyar a las comunidades cristianas de la Iglesia Madre de Jerusalén y a la causa de la paz. Y he vuelto muy impresionado, sobre todo por la situación de la Franja de Gaza, donde viven más de 1.600.000 personas y donde fui testigo de la tremenda pobreza de la gente, y la presencia humilde y valiente de las comunidades cristianas, a pesar de ser pequeñas y vulnerables. Gaza es como una inmensa prisión, un desastre causado por la mano del hombre, un escándalo y una injusticia que claman a la comunidad humana por una resolución. Yo también he sentido «vergüenza» como el Papa Francisco en Lampedusa, ahora por este desastre humanitario. Por eso los Obispos pedimos a los responsables políticos internacionales que actúen para mejorar la situación humanitaria de la población de Gaza, asegurando el acceso a las necesidades básicas para una vida humana digna, las posibilidades de desarrollo económico, y la libertad de movimiento.
Dentro de la desesperación que se vive en Gaza, también hemos encontrado personas de esperanza e iniciativas solidarias. Y esto nos ha alentado: poder visitar las pequeñas comunidades cristianas, que día tras día, a través de muchas instituciones, extienden la mano con compasión hacia los más pobres de los pobres, tanto musulmanes como cristianos. Seguimos orando y apoyando a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que trabajan en Gaza de forma tan generosa. Ellos ejercen un ministerio de presencia, cuidan de los niños discapacitados y de los ancianos, y dan enseñanza a los jóvenes a través de escuelas y talleres. Su testimonio de fe, esperanza y amor nos da esperanza. Esta es precisamente la esperanza de que se necesita en este momento para lograr la paz, una paz que sólo puede ser construida sobre la justicia y la equidad para ambos pueblos. Palestinos e Israelíes necesitan desesperadamente esta paz. A modo de ejemplo, en el valle de Cremisán, la ruta del muro de seguridad amenaza la tierra agrícola cultivada desde muchas generaciones por 58 familias cristianas. Las actuales conversaciones de paz llegan en un momento crítico. Ahora es el momento de asegurar que las aspiraciones de justicia en uno y otro lado, se cumplan. Es por ello que durante esta visita hemos instado a los responsables públicos a convertirse en líderes de esperanza, no en personas de obstrucción. Esperamos que sean escuchadas las palabras del Papa Francisco, que acaba de decir recientemente al Cuerpo Diplomático: «Es un signo positivo que se hayan retomado las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, y deseo que las partes asuman con determinación, con la ayuda de la Comunidad internacional, decisiones valientes para encontrar una solución justa y duradera a un conflicto cuyo fin se muestra cada vez más necesario y urgente» (13.1.2014).
Al volver de Tierra Santa, los Obispos y los fieles de aquella Iglesia local permanecen en nuestros corazones. Tienen que poder ver y sentir que no están solos, que los ayudamos, que les agradecemos su presencia viva en los lugares del ministerio de Jesús. Junto con ellos, nosotros queremos ser personas de esperanza. Oremos para que la anunciada visita del Papa Francisco a la Tierra Santa del próximo mes de mayo, refuerce la esperanza en la región. Creemos que una paz duradera es posible.
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell