Mons. Juan del Río Martín En la festividad de la Presentación de Jesús en el Templo (2 de Febrero), la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El lema escogido para este año es, La alegría del Evangelio en la vida consagrada. Este título va en consonancia con la primera Exhortación apostólica de Francisco, Evangelii gaudium. Ciertamente el anuncio de la Buena Noticia de Cristo llena de gozo el corazón de aquello que se han encontrado con Él, como “Camino, Verdad y Vida”.
La alegría de la fe es patrimonio de todo bautizado. El amor de Cristo a la Iglesia tiene dos traducciones institucionales: el matrimonio y la virginidad. Son dos caras de un mismo Amor. Ambas realidades pertenecen al mismo orden, el Reino de Dios, las dos se apoyan y se condicionan. Son como los dos pulmones de un mismo cuerpo, el de Cristo encarnado en la historia. El matrimonio le dice al estado religioso que todo amor consagrado es compartido. “Los célibes por el Reino de los cielos”, han de ser estimulación para que el matrimonio no viva de manera absorbente ningún amor humano de este mundo, sino desde el único absoluto que es Dios.
Ahora es toda la Iglesia la que en esta Jornada dirige su mirada hacia aquellos hombres y mujeres que por gracia divina y decisión propia, desean seguir de forma exclusiva a Jesucristo, eligiendo una presencia activa o por el camino de la vida contemplativa. Una y otra viven su consagración a Dios, en comunión eclesial, para el bien de la sociedad y misión de la Iglesia. Según los carismas especiales de una Orden, Congregación, Instituto religioso, Instituto secular, Sociedad de vida apostólica, Vírgenes consagradas y otras nuevas formas de entrega al Señor en el siglo XXI.
Sin embargo, en nuestro contexto cultural, “frailes y monjas”- como se dice en el lenguaje coloquial- no se cotizan mucho. Resulta que ahora, en medio de una gran escasez vocacional y cuando la inmensa mayoría son mayores y han dado la vida en la enseñanza, con los enfermos, con los más pobres de los barrios, parece que todas las frustraciones educacionales o existenciales vienen porque se tropezaron en algún momento de su vida con un religioso/a que no dio la talla. Esta sociedad es tremendamente injusta con los religiosos/as. Pero, a pesar de tanta incomprensión ambiental, ahí están ellos y ellas, cargados de años pero trasmitiendo alegría, sosteniendo ese dispensario para los pobres, esa escuela rural, ese inmenso colegio que dicen que “es para los ricos”, pero que en el que hay todo tipo de alumnos y que es signo profético, en medio de una cultura de pensamiento único, y de políticas verdaderamente sectarias.
En esta sociedad pragmática, a la vida religiosa activa aún se le “perdona la vida”, pero más difícil para su reconocimiento social lo tiene la vida religiosa contemplativa, porque lo habitual es decir: “¿para qué sirve estar todo el día rezando habiendo tantas necesidades?”; claro está que esos que piensan y dicen tales expresiones nada han descubierto del Misterio, ya que su utilitarismo vital les impide ver más allá de lo puramente material y, por supuesto, están muy lejos de dar algo gratis por los demás. Sin embargo, estos dos caminos de consagración a Dios se complementan entre sí, testimonian el Evangelio de las Bienaventuranzas y anuncian la etapa final de historia donde no “habrá ni muerte ni dolor”.
Así, la alegría cristiana de la vida consagrada es fermento de humanidad nueva en los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad tan secularizada. Con su ejemplo humilde interroga a la increencia de muchos. Los contemplativos oran y trabajan en el anonimato del claustro para que brille la paz, la justicia, la libertad, y la prosperidad necesaria para que podamos salir de esta grave crisis espiritual y económica. ¡Con el trabajo y la oración se construye un mundo mejor!
Los religiosos/as, no son precisamente parásitos sociales, sino todo lo contrario, un bien social de primer orden. A pesar de las limitaciones humanas y de los pecados de cada momento histórico, representan oasis de austeridad de vida en medio del materialismo reinante, de sencillez en el trato con la gente y armonía frente a la superficialidad dominante en las relaciones personales. Además, nos recuerdan que solo en diálogo con Dios aprendemos a entender a los seres humanos. Encarnan un modo de vivir que confiesa a un Dios que es Amor. Solo desde este Absoluto se entiende la vida consagrada y el testimonio de su entrega a Cristo pobre, obediente y casto, que anuncia entre nosotros “unos cielos nuevos y una tierra nueva”.
+Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de España