Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
En mi Carta de la semana pasada presentaba brevemente a vuestra consideración el texto de la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, “La alegría del Evangelio”, del Papa Francisco. Al mismo tiempo, destacaba el contenido fundamental de la misma y su distribución en cinco capítulos, precedidos de una larga introducción. En ésta y en las próximas semanas, trataré de presentaros las ideas fundamentales que encierran cada uno de los mismos. Hoy me limitaré a la Presentación del documento.
En esta Presentación, el Papa deja claro cuál es el nervio que recorre y anima toda la Exhortación. Se trata no sólo de alentar un nuevo impulso misionero, de avivar el fervor y el entusiasmo por el anuncio del Evangelio. Sin duda se trata también de eso. Pero lo que desea el Papa, sobre todo, es que un espíritu misionero, un estilo evangelizador, sea asumido en cualquier actividad que se realice, de manera que la impregne, la permee y la caracterice hondamente. “La salida misionera, como dice el Papa, es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (Exhortación, n. 15).
Este estilo debe estar presente, acompañar y configurar la pastoral de la Iglesia, la que llamamos pastoral ordinaria, es decir, la que se lleva a cabo con los fieles que regularmente frecuentan la comunidad, y la que se realiza con quienes expresan de otros modos su fe, verdadera y aun intensa, pero no participan frecuentemente en el culto. El estilo misionero debe distinguir igualmente la pastoral con aquellas personas que, aun habiendo recibido el Bautismo, no viven sus exigencia ni se sienten cordialmente unidas a la Iglesia, parte suya. Finalmente, también la pastoral orientada a quienes no conocen a Jesucristo o quizás lo han rechazado debe estar animada por ese espíritu misionero que lleva a anunciar el Evangelio “como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (ibidem, n. 14).
Papa Francisco invita a toda la Iglesia a empeñarse en esta pastoral sellada por la alegría de quien es consciente de dar a conocer un bien precioso, capaz de satisfacer las ansias del corazón humano y de librar al hombre de las opresiones a las que frecuentemente se ve sometido. La Buena Nueva es un anuncio gozoso y ha de hacerse con evangelizadores “cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (Evangelii nuntiandi, 75). Quienes la han recibido, aquellos que han tenido una verdadera experiencia de verdad y de belleza, buscan extenderla. Y así, el bien recibido se arraiga y se desarrolla (Exhortación, n. 9).
De ahí, la insistencia del Papa en la necesidad de encontrarnos o de rencontrarnos con Cristo, en dejarnos liberar por Él del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento (ibidem, nn. 1 y 3). Sólo entonces volveremos a experimentar “la dulce alegría de su amor” y volverá a palpitar en el corazón “el entusiasmo por hacer el bien” (ibidem, n. 2). Es preciso tomar conciencia de la decisiva importancia de este encuentro con Cristo para la nueva etapa de la evangelización; sin él, el fervor y el entusiasmo que requiere perderán vibración e intensidad. Sólo desde la experiencia de Dios y sólo movidos por el Espíritu de Jesús será eficaz nuestra colaboración en la obra de la Redención. Desde ese encuentro o reencuentro con Cristo serán posibles los nuevos caminos, los métodos creativos, las nuevas formas de expresión, los signos y las palabras de renovado significado para el mundo actual, para pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (ibidem, n. 15).
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca