Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
De nuevo en estos días hemos contemplado en la televisión las impresionantes imágenes de los efectos devastadores causados por el último gran tifón que ha asolado las Islas Filipinas. Sus efectos son muchos centenares de muertos, la destrucción de millares de hogares, pérdidas materiales sin cuento, dolor y desolación por todas partes, con situaciones particularmente dramáticas para niños y ancianos. Las cifras de la catástrofe indican ya su enorme gravedad: más de 10 de millones de personas afectadas, un cuarto de la población española, muertos que se cuentan por millares y otros varios miles más de personas de las que no se tiene rastro. Por desgracia, algunas de esas cifras irán aumentando a medida que pasan los días.
El Santo Padre, al asegurar su cercanía al pueblo filipino, y de manera particular, a las poblaciones más afectadas, ha querido, en primer lugar, elevar una oración al cielo para pedir a Dios Nuestro Señor por las víctimas del desastre. Inmediatamente nos ha invitado a hacerles llegar nuestra ayuda concreta y nos ha dado ejemplo de solidaridad enviando en seguida su ayuda generosa. También nuestra diócesis ha querido unirse a tantas personas e instituciones de todo el mundo, acudiendo en favor del pueblo filipino.
Son momentos en los que la llamada a la caridad solidaria se hace más apremiante que de ordinario. Las necesidades se agigantan y las urgencias apremian. Apenas el pasado 6 de noviembre, el Papa Francisco, hablando en la Audiencia General de la consoladora verdad de la Comunión de los Santos, nos hacía caer en la cuenta de que “vivir la unidad en la Iglesia y la comunión de la caridad significa no buscar el propio interés, sino compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos”. Cuando hablamos de esa comunión, “no se trata sólo, seguía diciendo, de esa caridad menuda que nos podemos ofrecer mutuamente, se trata de algo más profundo: es una comunión que nos hace capaces de entrar en la alegría y en el dolor de los demás para hacerlos sinceramente nuestros”. De eso se trata; no de contemplar los hechos con la frialdad que puede ser fruto de la distancia, sino de “participar”, de “entrar” en el dolor ajeno para hacerlo propio, para sentirlo y vivirlo como propio y vivir así de manera digna nuestra vocación cristiana.
Estoy seguro de que estas palabras del Papa reforzarán nuestra voluntad solidaria que tiene su fuente más honda y rica en la convicción profunda de que, como dice el Concilio Vaticano II, “Cristo mismo, en la persona de los pobres, eleva su voz para solicitar la caridad de sus discípulos” (Gaudium et spes, n. 88). Será bueno que todos, individuos, parroquias y comunidades cristianas, meditemos en estos momentos aquellas palabras del mismo Concilio que nos enseñan que “el espíritu de pobreza y caridad debe ser la gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo” (ibidem). Debemos meditarlas despacio y sacar las conclusiones que el Señor sugerirá a cada uno. Todos, seguramente, podremos colaborar por pobre que pueda ser nuestra prestación, pues no se trata sólo de dar de lo que nos sobra, sino, si es el caso, incluso de lo que nos es necesario.
Recuerdo a todos cuantos queráis ayudar en estos momentos a nuestros hermanos de las Filipinas, que podéis depositar vuestro donativo de caridad en cualquier Banco o Caja, en la cuenta de Cáritas Diocesana de Cuenca, manifestando que es para “Cáritas con Filipinas”. Que Dios premie vuestra generosidad.
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca