Mons. Jesús Sanz Siempre nos solemos ajustar al horario comercial cuando tratamos ir de compras o cuando tenemos que ajustarnos a un servicio que queremos reclamar. Las ventanillas de nuestras necesidades tienen de modo implacable ese ajuste de hora en donde podemos pedir, reclamar, devolver, esperar. Pero Dios no tiene horario. La enseñanza de Jesús sobre la oración no era una cuestión banal. Él enseña a sus discípulos a orar de modo que permanentemente pudieran estar hablando-con y escuchando-a Quien permanentemente está dispuesto a acoger nuestras palabras y a dirigirnos las suyas.
El cristiano es el que precisamente aprende a vivir desde la inagotable relación con su Dios y Señor, en un continuo cara a cara ante su bendito Rostro, con un constante saberse mirado por los ojos de Otro. Esta Presencia que es siempre compañía y jamás se escurre como fugitiva, no nos ahorra a los cristianos la fatiga apasionante del vivir de cada día con todas sus luces y sus sombras, pero sí que nos permite vivirlo de otro modo, desde otros Ojos que nos ven, desde otro Corazón que nos ama y por nosotros palpita y desde otra Vida que nos acoge regalándonos la dicha.
La oración, como certeza de una compañía de aquel que nos habla y nos mira, es una educación para la vida: también nosotros cristianos podemos sufrir todas las pruebas, pero nunca con tristeza y desesperanza. La circunstancia puede que no cambie, pero sí nuestro modo de mirarla y de vivirla, porque sabemos que Dios nos la acompaña sin interrupción, en horario abierto y sin declino. Así aprendemos a contar los minutos de nuestra disponibilidad, mirando precisamente a quien de modo inmenso e intenso no nos deja jamás de amar.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo