Mons. Agustí Cortés Llegar a creer de verdad en el Dios de Jesucristo, como hemos dicho, no es algo que surge espontáneamente. Si bien la capacidad y necesidad de creer está en todos los seres humanos, de toda raza, edad o cultura, la fe cristiana requiere ciertas condiciones personales.
Ya decíamos que, de alguna manera, “uno que llegue a creer ha de aceptar que todos hemos sido creados para el amor total y ser consecuentes con ello”. Con la expresión “de alguna manera” queremos indicar que hay muchos modos de vivir este hecho de haber sido creados para el amor total. La mayoría lo viven sin darse cuenta, aunque sea algo tan natural como el respirar o alimentarse. Tantas cosas hacemos y vivimos sin ser conscientes de ello… Los más sabios de la vida, muchos pensadores, como Sócrates, y no pocos artistas, los estudiosos de las religiones y, sobre todo, quienes han pensado dentro de la tradición judía y cristiana, como San Agustín, han descubierto esta realidad dentro de ellos mismos, y este hallazgo ha sido como quien descubre el inmenso mar por primera vez…
Cualquiera de nosotros puede hacerlo tan pronto como se detenga un momento y analice sus deseos, sus búsquedas, sus frustraciones y sus logros. A continuación, como resultado de ese análisis, podrá ir respondiendo a preguntas como éstas: ¿Qué he deseado, qué he buscado, qué me ha satisfecho, qué me ha frustrado? ¿Qué busco hoy, qué deseo profundamente?
Naturalmente estas preguntas se pueden responder con obviedades: quien está sin trabajo desea y busca trabajo, quien está enfermo anhela y lucha por su salud, etc. Pero, si queremos tratar de la cuestión de la fe cristiana, nos hemos de situar en un terreno un poco más profundo, con preguntas como: ¿Qué buscas en definitiva en el trabajo y en la salud? ¿Qué te daría una satisfacción plena y permanente?
Por eso, en cierto modo, sólo encuentra a Dios, el Dios de Jesucristo, y llega a creer en Él, quien se ha encontrado antes consigo mismo, con su propia realidad, con sus límites y sus aspiraciones más profundas.
Y esto es una gran posibilidad, pero también un serio obstáculo. Hoy, en efecto, constituye un serio obstáculo. ¿Quién mira hoy a su interior y reflexiona? ¿Quién se detiene para conocerse y analizarse a sí mismo limpia y honradamente?
Hay quien ha dicho que vivimos hoy desde los sentidos, el oído, el tacto, el gusto, el olfato, la vista… no desde el corazón. La fe cristiana tiene que ver también con los sentidos, incluso los del cuerpo, pero sobre todo tiene que ver con los sentidos del corazón. Así, por ejemplo, la fe capta la verdad de Dios con los ojos y oídos que le son propios. Por eso Jesús repitió varias veces “quien tenga oídos para oír que oiga” (Mt 11,15; 13,9.43; Lc 8,8) y reprochó a quienes no creían: “tenéis ojos y no veis, oídos y no oís” (Mc 8,18). Y en el Apocalipsis el mensaje profético a las iglesias va acompañado por esta llamada: “quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap 2,7ss.)
¿Es posible que vivamos “fuera del corazón”, ajenos a lo que somos realmente? ¿Es éste el problema de la falta de fe? ¿Es por eso que decimos que Dios está mudo?
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat