Mons. Carlos Escribano Comenzamos un nuevo curso pastoral. Con él, nuestro Plan diocesano de Pastoral debe seguir desarrollándose conforme a lo previsto. Las tareas emprendidas el pasado curso para desarrollar el objetivo referente al primer anuncio deben seguir consolidándose o, en su caso, poniéndose en marcha. Como por muchos es sabido, este año tenemos un doble objetivo: por un lado la especial atención a la pastoral juvenil; por otro atender de un modo creativo la pastoral de los pueblos pequeños.
La atención pastoral a nuestros jóvenes es un gran reto para toda la comunidad diocesana. Como os recordaba en mi carta de presentación para este Plan diocesano de pastoral: “nos encontramos ante el reto de evangelizar a la que podría ser la primera generación no socializada cristianamente. Son hijos de una generación ya secularizada, que, por lo general, no han recibido de los padres, o lo han recibido escasamente, valores, actitudes, creencias y prácticas religiosas; tampoco se les ha educado en la interioridad. Por lo tanto, no hay que presuponer nada. No debería extrañarnos que una mayoría no sólo desconozca lo más elemental de cultura religiosa, sino que no sienta la necesidad de saber nada. Decimos que los jóvenes se han distanciado de la Iglesia, pero muchos de ellos ni siquiera se han acercado a ella”. Esta es la realidad que debemos evangelizar. Difícil, si, pero no imposible. Y debemos echar a andar. La delegación diocesana de pastoral juvenil seguro que un año más nos estimula con sus propuestas y nos ayuda con su constante y generoso trabajo a buscar caminos para acercarnos a los jóvenes. Pero esa tarea debe concretarse también en las parroquias, en los colegios, allí donde los chicos y chicas de Teruel hacen su vida. Debemos intentar aproximarnos a ellos para anunciarles el gran amor que Dios les tiene. A su vez, es importante ayudarles a descubrir que ellos son los mejores evangelizadores de otros jóvenes. Debemos animarles y acompañarles.
Estoy convencido de que son muchas las acciones que se pueden sugerir desde los distintos ámbitos de nuestra pastoral con los jóvenes. Hay que ser creativos para pensarlas y audaces para proponerlas. Sería una lástima que la impotencia nos ganase la partida y que la inercia del cansancio o el peor de los inmovilismos nos arroyasen y nos impidiese apostar por nuestros jóvenes y su papel en la Iglesia. Creo que estamos ante una cuestión fundamental y tenemos la grave responsabilidad, como comunidad diocesana, de dejar a las futuras generaciones la mejor de las herencias recibida de nuestros mayores: la fe en Jesucristo.
El segundo objetivo para este año, nos hace poner también la mirada y el corazón en nuestros pueblos más pequeños. Como os decía en la carta ya mencionada: “La fisionomía de nuestros pueblos cambia a lo largo del año. Hay momentos de gran afluencia, como pueden ser los periodos vacacionales, especialmente el verano, y otros de una presencia muy escasa de gente, que se agudiza en los meses de invierno. Son muchos los problemas que esta realidad pastoral nos presenta y que se ven incrementados por el envejecimiento de nuestros sacerdotes y de las gentes a las que hay que servir y acompañar. Entiendo que ello debe hacernos ser especialmente creativos a la hora de plantearnos la pastoral en los mismos y buscar una mayor coordinación para poder aprovechar los escasos recursos de los que disponemos”. Al final la pregunta que siempre se suscita es ver qué respuesta podemos dar a estas cuestiones con eficacia y generosidad.
Estamos ante dos objetivos necesarios y atractivos. Necesitan lo mejor de nosotros mismos, de toda la comunidad diocesana para sacarlos adelante. Con la seguridad de que es el Señor quien construye la casa, pedimos que Santa María, estrella de la evangelización, nos ayude e ilumine en esta ingente y hermosa tarea.
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín