Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
Comenzamos con renovada esperanza un nuevo año pastoral. Quizás en los pasados meses de verano el ritmo de trabajo se ha hecho menos intenso al interrumpirse algunas de las tareas pastorales habituales o debido al legítimo y necesario descanso después de un trabajo de meses, intenso y sostenido. Mediado el mes de septiembre es tiempo de recomenzar con nuevo brío, de reunir nuestros consejos de pastoral para señalarnos metas precisas y exigentes para este nuevo curso; para dar continuidad a trabajos en los que estamos empeñados hace ya tiempo o para emprender iniciativas capaces de despertar nuevas ilusiones, agregar otras fuerzas e implicar en la tarea común otras personas deseosas de trabajar en al “campo de Dios”, pero a las que quizás nadie había invitado.
Cuando iniciamos el nuevo curso pastoral es bueno que, como digo en el Plan Pastoral Diocesano para los próximos tres años, todos nos preguntemos si nuestra diócesis, nuestras parroquias, nuestras comunidades y movimientos, etc., somos una Iglesia “capaz de inflamar el corazón”. Si lo somos porque nuestro propio interior está lleno del fuego y del fervor del Espíritu Santo, del don de Cristo a su Iglesia. Es una pregunta-examen indispensable en estos primeros momentos del año pastoral.
La respuesta a esta pregunta nos llevará sin duda y exigirá de nosotros una verdadera “conversión pastoral”, para utilizar una expresión que el Papa ha repetido últimamente. Una “conversión pastoral” que debe tener dos manifestaciones fundamentales: una fe viva en Jesucristo que dé forma a nuestros pensamientos, sentimientos y acciones y que haga de todo discípulo de Jesús un cristiano sin temores ni vergüenzas, sin miedos ni encogimientos, sin engreimientos ni triunfalismos; cristianos conquistados por el amor de Dios, contempladores del rostro de Dios revelado en Cristo, hombres, pues, de oración. La segunda manifestación tiene que ver con la dimensión misionera de la fe: cristianos misioneros.
Misioneros, sí. El Papa Francisco no se cansa de incitar a todos a salir, a ir, a encontrar a los hombres allí donde están, hasta en las más lejanas periferias, físicas, geográficas, o morales. A todos debemos llevar el anuncio de la buena nueva, anuncio de salvación, de dicha y felicidad.
Tenemos, pues, queridos diocesanos, sacerdotes, religiosos, laicos, tenemos que buscar y descubrir nuevos caminos, y perseverar en aquellos otros, quizás ya viejos, pero de probada eficacia, que llevan al encuentro con Cristo. Con creatividad audaz, como acaba de decir el Santo Padre, una creatividad que no se confunde sin más con hacer cosas nuevas, como si en la novedad radicara la eficacia; de lo que se trata es de anunciar a Jesucristo y de servirnos de los medios a nuestro alcance para que su anuncio llegue a todos “pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hch 4, 12). Comencemos con la acogida cordial, con la cálida bienvenida a aquellos fieles que necesitan un servicio o tienen que ir a la iglesia por uno u otro motivo, y que deben sentirse como en casa.
Cada parroquia o comunidad cristiana sabrá completar las acciones pastorales que se proponen en el plan pastoral para los próximos tres años. No se trata de un plan cerrado, si bien será bueno tener presentes las líneas maestras del mismo y las principales acciones que en él se proponen.