Mons. Carlos Escribano El arranque de este nuevo curso queda un tanto ensombrecido por la triste noticia de la despedida de dos comunidades religiosas de nuestra diócesis: las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl de Alcorisa y las Madres Dominicas de Albarracín. Una comunidad de vida activa y otra de vida contemplativa.
El primer domingo de septiembre, en la villa de Alcorisa, concluían los actos despedida a su comunidad religiosa por parte de toda la sociedad alcorisana. Fue una jornada impregnada de gratitud y pena al decir adiós a estas evangelizadoras infatigables. Las “hermanas de Alcorisa” han estado sirviendo a varias generaciones de alcorisanos desde hace 118 años. A través de la enseñanza en el colegio y la guardería y de la educación cristiana en la catequesis, son muchos los niños, jóvenes y adultos que han crecido acompañados por ellas y su labor apostólica. También han sido muchos los pobres y transeúntes atendidos por ellas con solicita caridad. Y en los últimos años, en la residencia, han sido los ancianos, tratados con cariño y cercanía, los principales receptores de su entrega.
A su vez, las madres Dominicas, presentes en Albarracín desde 1621, también nos dejarán en fechas próximas. De ello hablaremos también en su momento. En ambos casos los años han mermado sus fuerzas y, aunque el deseo de unas y otras sería permanecer con nosotros, la prudencia manda el que puedan retirarse a otras comunidades y monasterios para ser atendidas conforme a su vocación de consagradas.
Pero el corazón de nuestra diócesis de Teruel y Albarracín queda, como decía, entristecido. La despedida de una comunidad religiosa en cualquier diócesis, pero especialmente en la nuestra, supone una pérdida irreparable. “La vida religiosa y de consagración enriquece en forma tal a la Iglesia que sin ella la comunidad eclesial perdería visibilidad sacramental y capacidad de testimonio. El aprecio que la Iglesia tiene por la vida de consagración y por los consejos evangélicos es fidelidad a Cristo, que los propone en todo tiempo a quienes en la Iglesia le quieren seguir, para mejor entregar al mundo el don de la salvación. Por eso, sin la vida consagrada la Iglesia no sería como Cristo quiso que fuese. No sería el nuevo Cuerpo de Cristo porque no le haría manifiesto en la integridad de su Misterio”. (Iglesia particular y vida consagrada, nº 1. Conferencia Episcopal Española, 2013.)
El hueco que estas mujeres dejan en nuestra diócesis es grande. Han llevado adelante con constancia y generosidad la misión que la Iglesia les ha encomendado. Han gastado y desgastado sus vidas a favor de los demás.
La pregunta que surge en la comunidad diocesana es: y ¿quién ocupará ahora su lugar? Ojala, como decían las hermanas en su despedida de Alcorisa, su adiós sirva para que jóvenes de nuestra diócesis se decidan a coger el testigo y a dar su vida en favor de los demás.
Muchas gracias queridas hermanas. Y que Dios las bendiga y les pague todos sus desvelos en favor de esta diócesis.
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín