Mons. Francesc Pardo i Artigas No podemos limitarnos simplemente a constatar los retos que los creyentes —los que constituimos la Iglesia— tenemos hoy en día y a lo largo de los próximos años. Intento dar respuesta a la reflexión de la semana pasada reivindicando la necesidad de convertirnos en testimonios. Si, discípulos de Jesús y testimonios del Evangelio de la vida, del amor y de la salvación.
– El testimonio lo es porque ha recibido el Espíritu Santo. Sin el gran don de Jesús y de Dios Padre, no puede hacer nada. Hemos de confiar, ya que hemos recibido la fuerza y el aliento del Espíritu.
El Espíritu purifica todo aquello no limpio, en nosotros y fuera de nosotros. Riega todo lo árido, de fe, de esperanza, de estimación, de razones para vivir. Es el agua que suaviza tantas y tantas sequías interiores. Cura toda enfermedad. Suaviza nuestras asperezas, el mal humor, las tensiones, las durezas… Nos enfervoriza cuando el desamor a Dios y a los otros se nos agarra al corazón. Es nuestro defensor.
– El testimonio ha descubierto, conoce, ama y sigue a Jesucristo, y experimenta que, gracias a Él, su vida tiene sentido, que se le presenta un futuro en plenitud, sintiéndose en todo momento arropado y amparado por el amor de Dios, el Padre.
– El testimonio ama la vida recibida como un don, pero sabe que se encuentra de paso, que la verdadera patria, la vida y el amor pleno y para siempre, será un regalo al final del camino, cuando llegue a la casa del Padre, de donde ha salido, después de traspasar el abismo de la muerte, porqué Jesús ha pasado, la ha vencido, y nosotros formamos parte de la misma cuerda. Es testimonio de esperanza en la Salvación.
– El testimonio lee, medita, reza con el Antiguo y el Nuevo Testamento, donde encuentra una Palabra que es la Buena Noticia de la Salvación, lo que Dios ha hecho, hace y hará por nosotros, pero también orientación, ánimo, coraje y, al tiempo, exigencia.
– El testimonio camina junto a los otros discípulos, como miembro de la Familia que es la Iglesia, el Pueblo de Dios, según la acertada y significativa expresión del Concilio Vaticano II: “Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo… Tiene por condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios… Tiene por ley el nuevo mandamiento de amar como el mismo Cristo… Tiene como objetivo ensanchar todavía más el Reino de Dios…”.
– Es la Iglesia de Dios Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y la Iglesia de los hombres. Y por ello santa y pecadora, necesitada de purificación. También es necesario, hoy más que nunca, dar testimonio de la Iglesia, que continua a lo largo de los siglos la misión de Jesucristo.
– El testimonio necesita alimentarse de Cristo, para seguir unido a Él, recibir sus dones y dar fruto. Por eso participa, sobre todo los domingos, de la Eucaristía unido a los otros hermanos en la fe, y celebra los sacramentos de la Penitencia y de la Unción de los enfermos cuando siente necesidad, y, a su vez, también los sacramentos que sellan su vocación: Matrimonio, Ordenación.
– El testimonio se interesa por la persona concreta y por la sociedad, por su historia, vida, necesidades y, si hace falta ofrecerse para un servicio, lo hace; y en momentos de regocijo, participa; y si debe ofrecer consuelo, lo ofrece. El testimonio se convierte en prójimo, capaz de dialogar, de ayudar, de sacrificarse por los otros, explicando y dando testimonio de las razones de su vida y, sobre todo, ofreciendo la propia experiencia de su relación con Jesús.
– El testimonio, a pesar de las fáciles ofertas y de los caminos atrayentes que se le ofrecen en las diversas etapas y situaciones de la vida, no abandona; ni tan siquiera cuando le pueda parecer que su testimonio no es acogido y no da el fruto deseado, porque sabe que es sal, es luz, y ha de continuar sembrando la Buena Nueva.
– El testimonio tiene a María como Madre. Confía y se siente animado a responder —como Ella— con un sí a la misión a la que es llamado por Dios.
¡A todos y cada uno de nosotros nos corresponde la misión de ser auténticos testimonios!
+Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona