Mons. Jaume Pujol ¿Os imagináis la silueta de Tarragona sin la catedral? ¿Os imagináis la parte alta de Tarragona sin la impresionante mole catedralicia? ¿Os imagináis también la catedral sin su órgano monumental o su espléndido retablo mayor?… Seáis creyentes o no, ¿cómo sería Tarragona sin su principal y más característico monumento?
¿A qué viene esa batería de preguntas?… Ahora hace 200 años, Tarragona estuvo a punto de perder su principal atractivo. Tal catástrofe estaba programada para la noche del 18 al 19 de agosto de 1813. Cabe imaginar la escena: la ciudad aún no se ha recuperado del sitio y asalto final del 28 de junio de 1811. Muchos edificios están en ruinas o seriamente dañados. Los poco más de 300 supervivientes de aquel aciago día, en que perecieron millares de personas, deben evacuar la ciudad por mandato de las autoridades napoleónicas de ocupación, porque ante el avance del ejército hispano-británico la plaza no puede ser defendida.
Hagamos volar un poco más la imaginación: de la fantasmagórica ciudad asesinada, junto a tropas en formación o que escoltan los bagajes y piezas de artillería, van saliendo pequeños grupos de tarraconenses con sus míseros enseres, mientras los zapadores se afanan en instalar minas y hornillos, porque se ha decretado la voladura de las fortificaciones y de los edificios susceptibles de uso militar. Es un nervioso ir y venir de oficiales dando órdenes y organizando la retirada. En las calles aguardan los batallones que formarán la retaguardia. Ante la catedral se halla un grupo de ancianos y enfermos que no pueden valerse por sí mismos y que esperan, ansiosos, el regreso de los canónigos P. Pere Huyà, P. Josep Rocamora y el P. Ignasi Ribes que han ido a presentar una súplica al general Bertoletti, gobernador de la plaza.
Al rato, en compañía de unos cuantos militares alta graduación, llegan los tres canónigos. Su semblante muestra una leve traza de alegría. Los ancianos y los enfermos les interrogan con la mirada. Sí, ha habido suerte. La prueba es que los oficiales ordenan a unas secciones de soldados que ayuden a los canónigos a entrar en la catedral a los componentes del doliente grupo.
Una vez en el interior del templo los canónigos -tres supervivientes del menguado número de eclesiásticos que no quiso abandonar a sus fieles ni antes ni después del asedio- explican que, tras mucho rogar, el general, en un rasgo de humanidad, había accedido a no destruir la catedral para que fuera refugio de los más desvalidos mientras se procedía a las voladuras ordenadas. ¡Cómo sonarían en el templo las oraciones y los cantos de los acogidos en la hermosa Seo mientras el estruendo de las explosiones, que iban reduciendo la ciudad a escombros, ponía un trágico contrapunto!
Hoy, 200 años después, rendimos un sentido tributo de admiración hacia aquellos pastores que, coherentes con su vocación sacerdotal, no abandonaron a su grey en tan terribles circunstancias y que, con su valor y su piedad lograron ablandar a un duro militar, lo que -además de salvar la vida a algunos de nuestros antepasados- permitió seguir alabando a Dios en nuestra antiquísima basílica, cantar a los sones del espléndido órgano y admirar la maravilla gótica del retablo mayor. Sin el milagro de los tres canónigos Tarragona sería otra cosa. Tenemos una deuda de gratitud con ellos.
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primado