Mons. Agustí Cortés A veces escuchamos palabras que no son propiamente de fe, pero que nos pueden ayudar a creer o a creer más profundamente, porque nos sitúan en el umbral de la fe o nos iluminan a la hora de responder ciertos interrogantes. Es el caso de estas palabras, que resumen una de las ideas fundamentales de la filósofa judía Hannah Arendt en su tesis doctoral El concepto del amor en San Agustín:
“Dios recrea el hombre. Aceptando el amor de Dios, la criatura ama como Dios ama, y eso significa que ama a los hombres, no como individuos, sino como criaturas de Dios. Ama a su prójimo, no por él mismo… Lo que el hombre ama es lo eterno en sí mismo y en los otros, y de este modo todos los hombres son igualmente amados, porque son, por decirlo así, ocasiones iguales para el amor”.
Hannah Arendt está hoy de actualidad a raíz del estreno de una película que lleva su nombre. Esta película narra las vicisitudes que ella vivió con motivo de la posición que adoptó en sus escritos frente al proceso contra el nazi Adolf Eichmann; una posición que dejó plasmada en su obra Eichmann en Jerusalén: informe sobre la banalización del mal: allí reflejó su pensamiento filosófico político. Es en este terreno y su compromiso con el sionismo, donde ella es más conocida y donde trabajó toda su vida, como gran discípula de Heidegger y de Jaspers. Pero a más de uno sorprenderá que su primer paso en el mundo de la creación filosófica, su tesis doctoral, redactada cuando tenía poco más de veinte años, consistiera en el estudio del amor en San Agustín. Y sorprenderá especialmente el hecho de que este estudio fuera fundamental para entender su pensamiento posterior sobre la acción política.
Naturalmente no es éste el lugar para exponer su filosofía. Pero sí que nos interesa un hecho muy significativo para nuestra fe. Ella quiso mantenerse siempre dentro de los límites de la filosofía, es decir, utilizar sólo la razón humana para
profundizar en el conocimiento de la verdad, en nuestro caso, de la verdad sobre el amor humano. Encontró, como ya hizo su maestro K. Jaspers, que el pensamiento de San Agustín sobre el amor humano no ofrecía un sistema coherente, que dejaba abiertos muchos interrogantes y planteaba contradicciones a la filosofía. Así y todo ella sostuvo que era un pensamiento sistemático y como tal lo expuso en su estudio. Algunos le reprocharon que no había tenido en cuenta la teología, es decir, lo que San Agustín conocía y tenía como verdadero desde su vida de fe. De hecho ella misma, revisando su trabajo de juventud, introdujo muchos pasajes de Las Confesiones, donde el santo iba descubriendo vitalmente los secretos de la amistad y el amor humano a la luz de la fe.
¿Qué es lo que nos enseña todo esto? Un hecho fundamental: el amor humano, su misterio, su verdad, sólo se puede esclarecer a la luz del Dios amor. El amor como deseo y búsqueda del bien y la felicidad reduce todo lo que no es Dios a puro medio; el amor humano se ha de hallar, no en la tendencia a un fin futuro, sino en el origen, en el ser creado para el amor; el amor al hermano sólo se podrá entender si Dios le hace amable con su propio amor…
Como dirá Gustave Thibon en sus estudios sobre el amor humano, éste es “una mirada ciega hacia la luz”. Un límite para la filosofía, pero una suerte para quienes deseen encontrar a Dios por una vía segura.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat