Mons. Juan José Omella Estas palabras con las que doy comienzo al escrito de hoy pertenecen a san Ambrosio, obispo de Milán. Exactamente este santo Padre escribió lo que sigue allá por el siglo V: “Donde está Pedro está la Iglesia; donde está la Iglesia allí no hay muerte alguna, sino vida eterna”.
Ayer celebrábamos la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, las grandes columnas de la Iglesia. Os invito a pedir al Señor por la persona y las intenciones del Romano Pontífice Francisco para que “el Señor lo conserve, lo llena de vida, lo haga feliz en la tierra, y no lo deje caer en manos de sus enemigos” .
El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Ya los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la reacción conmovedora y entrañable de los primeros cristianos cuando san Pedro es encarcelado por Herodes Agripa, que espera matarlo después de la fiesta de la Pascua. “Mientras tanto, la Iglesia rezaba insistentemente a Dios por él” (Hec12, 5). San Juan Crisóstomo hizo el siguiente comentario que nos puede venir muy bien hoy a todos para no perder la compostura propia de los cristianos: “Aquellos primeros no recurren a disturbios ni a rebeldía, sino a la oración, que es el remedio invencible” .
Quiero recordaros que no se celebra ninguna misa sin que se mencione expresamente el nombre del Papa juntamente con el nombre del obispo del lugar, lo que supone todo un clamor de los cinco continentes pidiendo por él. Sea el que sea. Hasta hace bien poco rezábamos por el Papa Benedicto, hoy emérito. Hoy lo hacemos por Francisco. Nuestra oración denota claramente que veneramos al Papa, lo queremos y lo seguimos, no porque sea éste o el otro, sino porque es el sucesor directo de Pedro, y porque tiene la misión de pastorear a la Iglesia con unos poderes recibidos directamente de Cristo.
Muy a menudo he recordado la expresión que usaba santa Catalina de Siena para referirse al Papa, al que llamaba “el dulce Cristo en la tierra”. ¿Por qué le llamaba así? Esta santa italiana nació y vivió en el siglo XIV. Por su espíritu de oración y de penitencia, ingresó muy joven en la Tercera Orden de Santo Domingo. Tenía tal amor a la Iglesia y al Papa que trabajó incansablemente y puso todos los medios a su alcance – escritos y entrevistas – para conseguir el buen orden y el buen gobierno en la Iglesia en aquellos momentos tan convulsos y tan encrespados con motivo del cisma de Aviñón, que os sonará todos. Esta santa proclamó a los cuatro vientos, y a todo el que se puso por delante, cardenales, obispos, reyes y nobles, que “quien no obedece al Papa en la tierra, el cual está en el lugar de Cristo en el cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios”.
Os hago y me hago la siguiente pregunta: ¿Me alegro con las alegrías de mi Madre la Iglesia, sufro con sus dolores, ofrezco al cabo del día alguna contrariedad, que ayuden en concreto al Papa a sacar adelante la inmensa carga y la tremenda responsabilidad que Dios ha puesto sobre sus hombros?
Junto a la oración, nuestro respeto más profundo y nuestro cariño más palpable. En él vemos a Cristo. Y por eso mismo, nuestra obediencia hacia él es una obediencia fiel, interna y externa, tanto a sus enseñanzas como a su doctrina. En la voz del Papa está la verdad -es Cristo quien nos habla a través de él-, ¡escuchémosle! Intentemos con todas nuestras fuerzas que su palabra, su talante, sus gestos, su buen ejemplo, y aún hasta las anécdotas más pequeñas, lleguen a todos nuestros familiares, amigos y conocidos. ¡Que ellos también conozcan, amen y sigan al Papa! Es el mejor medio para que conozcan, amen y sigan a la Iglesia.
La Iglesia está donde está Pedro, el Papa, porque “el Romano Pontífice, en palabras del Concilio Vaticano II, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles” .
Hoy, como sabéis, se hace la colecta para el Óbolo de san Pedro. Esta colecta se hace en todas las iglesias de la cristiandad, en la “Jornada mundial de la Caridad del Papa”. Así la definió nuestro recordado Benedicto XVI: “Es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos; por eso, este servicio a los necesitados posee un valor muy eclesial. Os deseo un feliz día.
Con mi afecto y bendición,
+Juan José Omella Omella,
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño